miércoles, 7 de noviembre de 2012

Sobre Madre de Dios



Alberto Chirif, en presentación de libro

Madre de Dios es una región extraña desde su nombre, que parece clamar al cielo. Mientras toda la Amazonía peruana mira y desagua con dirección norte, Madre de Dios, de espaldas, lo hace hacia el sur y este, separándose de ella por estribaciones de la Cordillera Oriental, que divide las aguas que fluyen hacia el Urubamba y hacia la otra excepción que también corre al este: el Purús. Podemos imaginar a Madre de Dios como un inmenso anfiteatro cerrado hacia el norte y oeste y abierto hacia el sur y este. 


Pero tiene muchas otras rarezas, por ejemplo, compartir una cuenca con Puno, departamento al que muy pocos habrán imaginado como también amazónico. Otra es haber pasado, en apenas  unas décadas, de ser el departamento menos poblado a ser uno de los que registra tasas más violentas de crecimiento a causa de la migración de lavadores de oro procedentes de Puno y Cuzco, que probablemente constituyan hoy la mayoría de su población, actividad de la cual se deriva otra de sus peculiaridades, que es poner en evidencia la inmensa contradicción entre las políticas estatales de conservación y las de desarrollo.  Madre de Dios es la región con más áreas naturales protegidas del país, con dos parques nacionales (Manu y Bahuaja Sonene; parte del primero es además reserva de biosfera), una reserva nacional (Tambopata Candamo); una reserva comunal (un auténtico triunfo del movimiento indígena) y un área privada, en la cuenca del río Los Amigos, con fines de investigación y turismo; todas las cuales 
constituyen un importante porcentaje del territorio de la región. Parecería que los esfuerzos del Estado por la conservación del medioambiente y el manejo de recursos en esta región fuesen claros, definidos y coherentes. Pero no es así, porque al lado de todo esto la extracción del oro produce una de las  más feroces agresiones al entorno contaminando el aire y los ríos con mercurio, alterando paisajes, removiendo cauces antiguos y colmatando lechos que producen desbordes y lagos de lodo. Y como para que la cosa sea completa, todo esto se realiza dentro de brutales condiciones de explotación de los lavadores, parte de los cuales son niños mantenidos como esclavos. Refiriéndose a esto, Andrew Gray, en uno de los volúmenes de su trilogía, escribe sobre un misterioso cementerio, cuyo incremento de inquilinos es mayor  a las posibilidades del predio del patrón al que atiende.  

Pero en Madre de Dios hay más que la extracción aurífera como factor de agresión al medio y de contradicción política. Está el caso de la madera, caoba para ser exacto, talada a escasa distancia de la frontera con Brasil por una empresa extranjera que  tuvo que construir 180 kilómetros de carretera para llegar allí sin que nadie (quiero decir, INRENA y el Ejército) se diera cuenta hasta que las trozas comenzaran a desfilar por Puerto Maldonado y ya no fuese posible tapar la madera con un dedo. 

Es también particular la composición étnica de los pueblos indígenas de Madre de Dios, dos de ellos de troncos lingüísticos que no se encuentran en ninguna otra región del país, el Harakmbut y el Tacana, y, el primero, en ningún otro país de la cuenca. No menos extraña es la presencia de gente dislocada de sus territorios originales, como kichwas o santarrosinos (quienes a su vez son producto de otra agresión histórica), que proceden  del Napo ecuatoriano, en la frontera en el otro extremo del país; y shipibos que vienen del Ucayali, todos ellos descendientes de pobladores esclavizados por los caucheros del cambio del siglo XIX.  

Madre de Dios es igualmente una región donde existen núcleos de población indígena en aislamiento. Son los que antes se llamaban los no contactados, como si el estar apartados fuese fruto de un descuido civilizador y, por esto, la necesidad de incorporarlos a la historia, una tarea ineludible. Sin embargo, la verdad es diferente, ya que se trata de grupos de personas que por haber padecido los horrores del contacto (esclavitud, asesinatos y enfermedades) desde la época del caucho, decidieron retraerse a lugares lejanos. Hablar de grupos da una idea equivocada del volumen de gente comprometida en esta estrategia de supervivencia. Por eso cito datos de Beatriz Huertas, que aluden a entre 600 y 1000 personas en el alto Tahuamanu y entre 400 y 600 en las cabeceras de Las Piedras. Hoy se los llama también pueblos en aislamiento voluntario, y a pesar de las contradicciones del término (¿quién huye por voluntad?) refleja de todas maneras la situación que ellos enfrentan. 
Todos éstos y muchos más son los temas tratados en el libro que ahora presento, “Los Pueblos Indígenas de Madre de Dios”, editado por Beatriz Huertas y Alfredo García. Se trata de un conjunto de 22 trabajos, escritos por 18 autores, agrupados en tres grandes temas: 
historia, etnografía y coyuntura. No he encontrado mejor forma de presentarlo que hacer un comentario breve sobre cada uno.  

El libro...

Continuar leyendo en: http://www.ibcperu.org/doc/isis/8883.pdf
                                             
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 Texto leído durante la presentación del libro  Los pueblos indígenas de Madre de Dios, editado por
Beatriz Huertas y Alfredo García. IWGIA, Lima, 2003. La presentación tuvo lugar en mayo de ese año.

1 comentario:

Anónimo dijo...

muy interesante