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Estamos en la Calle. Este es el nombre de un festival que, desde hace cuatro años, se desarrolla en Iquitos durante el lluvioso mes de agosto, pero bien podría ser la frase que resume toda la actividad cultural en esta ciudad: una movida esencialmente urbana, juvenil, callejera, tropical, impulsada por una generación de artistas y gestores que han convertido esta urbe rodeada de ríos en un ‘point’ cultural, en un epicentro donde la pintura pasa de las penumbras de un bar o de un pueblo ancestral como Pevas a las salas de arte; o donde el cine busca abrirse paso con proyectos serios y cosmopolitas; o donde el rock se fusiona con el hip hop y el sazonado ritmo tropical; y donde el grafiti tiene un espíritu social y ecológico.
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La noche en Iquitos no tiene final, sobre todo en un espacio subterráneo, ubicado en el barrio de Morono Cocha, que algunos conocen como El Refugio. Es una especie de bar, discoteca y centro nocturno, de rústicas paredes pobladas de decenas de pinturas fosforescentes de dilatados cuerpos femeninos, que tienen algo de ese estilo urbano, recargado y kitsch, con el que el artista Christian Bendayán sacudió la escena limeña hace algunos años.
La noche en Iquitos no tiene final, sobre todo en un espacio subterráneo, ubicado en el barrio de Morono Cocha, que algunos conocen como El Refugio. Es una especie de bar, discoteca y centro nocturno, de rústicas paredes pobladas de decenas de pinturas fosforescentes de dilatados cuerpos femeninos, que tienen algo de ese estilo urbano, recargado y kitsch, con el que el artista Christian Bendayán sacudió la escena limeña hace algunos años.
En esta penumbra, regada de sillas y mesas tambaleantes, me recibe José Asunción Araujo (Ashuco), un hombre de 52 años, de gran sonrisa y manos rollizas, que ha puesto su arte al servicio de la noche. Él se ha dedicado a pintar mujeres, así de simple, y sus divas, despampanantes y voluptuosas, adornan bares y centros nocturnos de la ciudad. Ashuco forma parte del colectivo Poder Verde y ha expuesto en Lima y en Buenos Aires, Argentina, donde –cuenta– todos quedaron impresionados con su arte radical. En Iquitos es una celebridad, aunque él prefiere el perfil bajo: “Mi gorda se molesta si salgo de noche” confiesa, refiriéndose a su esposa. Esto no le impide contar, sin embargo, que su pintura nació a raíz de su admiración por la mujer y de su larga vida amorosa: “He tenido 37 enamoradas”, dice con precisión matemática. Ashuco dibuja y pinta desde que tiene uso de razón. En el colegio, solía delinear las curvas de Superchica, pero ahora sus heroínas son más terrenales. Él agrega a sus dibujos corazones sangrantes y frases despechadas, porque en El Refugio el amor y el desamor bailan el mismo ritmo.
Si algo ha destacado en Iquitos en los últimos tiempos, ha sido la fuerza vital de una plástica urbana, cuya punta de lanza es la obra de Bendayán (algunos de sus cuadros pueden verse en el bar Arandu, en el famoso malecón), aunque también de artistas como Harry Chávez (quien es limeño), Ashuco o Luis Cueva Manchego (Lu.Cu.Ma) .En el otro extremo, está ese arte cargado del exuberante imaginario amazónico, de mitos y códigos ancestrales que tan bien representan las obras de Brus Rubio y de Santiago y Rember Yahuarcani (padre e hijo), ambos oriundos de Pebas, una localidad a orillas del río Ampiyacu, a doce horas de Iquitos en lancha.
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Son las seis de la tarde de un sábado y en Iquitos se desata una lluvia feroz. Frente a la plaza Bolognesi, en la cuadra 1 de la avenida Quiñones, Sose rescata del agua sus potes de pinturas y su mochila. Estaba a punto de terminar un mural, pero ahora, con el polo empapado, se pone a buen recaudo. Su nombre es José Silva, tiene 22 años, y desde hace siete que se dedica al arte del grafiti. El próximo año viajará a Tijuana a un encuentro con otros artistas mexicanos del movimiento Guerrilla Visual. Sin embargo, Sose no pinta solo, sino que lo hace en sociedad con Alonso, conocido por todos como Boa. “Ese es mi tag”, dice Boa, quien es delgado como su apelativo y un año menor que Sose. Aparte del grafiti, hace rap y hip hop con el grupo AKR (Arte, Kultura y Rebeldía). “La movida urbana aquí está bien fuerte”, afirma. “Nosotros tratamos de salir cada semana y dejar en la calle algo grande, con bastante color. Hemos pintado en Punchana, en Nanay, en la Plaza de Armas. La cosa es bombardear por todos lados y difundir el mensaje”, cuenta. ¿Y cuál es el mensaje? La temática social y la defensa de los recursos naturales. Boa y Sose forman parte del festival Estamos en la Calle, que el último sábado de agosto (día de cierre) reunió a veinticinco bandas de rock y a diez DJ, entre otros artistas.
Son las seis de la tarde de un sábado y en Iquitos se desata una lluvia feroz. Frente a la plaza Bolognesi, en la cuadra 1 de la avenida Quiñones, Sose rescata del agua sus potes de pinturas y su mochila. Estaba a punto de terminar un mural, pero ahora, con el polo empapado, se pone a buen recaudo. Su nombre es José Silva, tiene 22 años, y desde hace siete que se dedica al arte del grafiti. El próximo año viajará a Tijuana a un encuentro con otros artistas mexicanos del movimiento Guerrilla Visual. Sin embargo, Sose no pinta solo, sino que lo hace en sociedad con Alonso, conocido por todos como Boa. “Ese es mi tag”, dice Boa, quien es delgado como su apelativo y un año menor que Sose. Aparte del grafiti, hace rap y hip hop con el grupo AKR (Arte, Kultura y Rebeldía). “La movida urbana aquí está bien fuerte”, afirma. “Nosotros tratamos de salir cada semana y dejar en la calle algo grande, con bastante color. Hemos pintado en Punchana, en Nanay, en la Plaza de Armas. La cosa es bombardear por todos lados y difundir el mensaje”, cuenta. ¿Y cuál es el mensaje? La temática social y la defensa de los recursos naturales. Boa y Sose forman parte del festival Estamos en la Calle, que el último sábado de agosto (día de cierre) reunió a veinticinco bandas de rock y a diez DJ, entre otros artistas.
Uno de los impulsores del festival es Rolando Rivas, músico y director regional de Cultura de Loreto, quien señala que la peculiaridad de estas bandas es tocar temas propios que tienen lo amazónico como eje de sus letras y música. Este año, se han movido lejos del centro, a la plaza Bolognesi, pues en la mayoría de calles se está cambiando el servicio de alcantarillado.
Son casi las dos de la mañana y, por el escenario, ya ha desfilado lo más variado del underground iquiteño: grupos de trash metal como La Pleve, de punk como Baño Común y de fusión como Chakruna, que mezclan el rock con música tradicional. Sin embargo, lo más esperado son Los Wembler’s, una banda mítica, que allá por los años setenta inventó la cumbia amazónica. El ritmo tropical cierra la noche y todos terminan felices, empapados por la lluvia: punto final para un festival que no tiene fines de lucro, pero sí fines de conciencia, dicen sus organizadores. Como canta Boa, en ritmo de rap: “Campesino evolucionó / ahora trabaja para dueño de transgénico / Pronto comeremos vegetales cibernéticos / Multinacionales van creciendo, mientras indígenas, árboles y animales van muriendo / El río nos quieren quitar para engreír a Lima / Basta ya de la centralización / Mensaje consciente, valiente, para toda nuestra gente”.
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Después de las artes plásticas, lo que más se ha desarrollado en Iquitos ha sido la movida audiovisual. En realidad, la ciudad, por su geografía, mitos e historias, siempre ha sido un imán para cineastas locales y extranjeros. En los lejanos años 30, Antonio Wong produjo “Bajo el sol de Loreto” e inició una tradición. Ahora el director Dorian Fernández y el guionista Paco Bardales se alistan para dar el gran salto. En marzo del 2012, empezarán el rodaje de “Desaparecer”, una película de suspenso (cuyo proyecto fue premiado este año por Conacine), que tiene como telón de fondo la explotación de los recursos naturales en la selva. Dos de sus cintas anteriores (“Chullachaqui” y “El último piso”) tuvieron gran aceptación de la crítica y del público. “Iquitos es mucho más que el fútbol gay o las chicas desnudas que bailan”, dice Dorian. “En la ciudad se han generado proyectos interesantes como Poder Verde y Amo Amazonía, y existe un grupo de gente joven que coincide en llevar sus trabajos a Lima y al extranjero. Es una generación que entiende que no se trata solo de crear sino también de difundir”, reflexiona Fernández.
Después de las artes plásticas, lo que más se ha desarrollado en Iquitos ha sido la movida audiovisual. En realidad, la ciudad, por su geografía, mitos e historias, siempre ha sido un imán para cineastas locales y extranjeros. En los lejanos años 30, Antonio Wong produjo “Bajo el sol de Loreto” e inició una tradición. Ahora el director Dorian Fernández y el guionista Paco Bardales se alistan para dar el gran salto. En marzo del 2012, empezarán el rodaje de “Desaparecer”, una película de suspenso (cuyo proyecto fue premiado este año por Conacine), que tiene como telón de fondo la explotación de los recursos naturales en la selva. Dos de sus cintas anteriores (“Chullachaqui” y “El último piso”) tuvieron gran aceptación de la crítica y del público. “Iquitos es mucho más que el fútbol gay o las chicas desnudas que bailan”, dice Dorian. “En la ciudad se han generado proyectos interesantes como Poder Verde y Amo Amazonía, y existe un grupo de gente joven que coincide en llevar sus trabajos a Lima y al extranjero. Es una generación que entiende que no se trata solo de crear sino también de difundir”, reflexiona Fernández.
Aislada geográficamente del resto del país, Iquitos (a donde solo se llega por avión o por río desde Ucayali, en un viaje de cuatro o cinco días), resurge culturalmente en estos tiempos de conexiones inalámbricas. Como dice el poeta Carlos Reyes: “la tecnología ha derribado fronteras, nos ha unido con el mundo”. Aunque todavía la conexión a Internet es deficiente, Iquitos es cada vez más cosmopolita y su vida cultural tiene el ímpetu de una generación que va tomando conciencia de su lugar en el mundo.
Días de libro
Aunque no existe en la literatura un equivalente al ‘boom’ pictórico, sí persiste en Iquitos una potente tradición oral, que en palabras del poeta Percy Vílchez “desborda lo narrativo”, porque, en medio de la mo-dernidad más asfixiante, los relatos se impregnan de mitos e historias ancestrales.
Actualmente, existen dos proyectos editoriales en la ciudad, opuestos entre sí, pero complementarios: por un lado, está el Centro Teológico de la Amazonía y su inmensa tarea de editar libros orientados a reconstruir el pasado y la memo-ria local y, por el otro, está Tierra Nueva, una editorial que mira el presente y que ha llenado un gran vacío en la producción de libros de poesía, narrativa y ensayos, no solo de autores locales sino también lime-ños y de otros lares. Su director es el periodista Jaime Vásquez y, bajo su sello, han aparecido títulos de los poetas Percy Vílchez (“Santuario de peregrinos” y “El linaje de los orígenes”) y Carlos Reyes (“Animal de len-guaje”), y del escritor, periodista y productor cinematográfico Francisco Bardales (“Iqt”). La editorial organiza, además, en la quincena de setiembre, un encuentro literario, cuya última versión convocó a los poetas Rodolfo Hinostroza, Marco Martos y Eloy Jáuregui.
“Volver a soñar”
En el barrio de Pueblo Libre, en el corazón de Belén, esa enorme ciudad flotante donde campea la pobreza más extrema, se desarrolla una serie de talleres artísticos impulsados por la asociación La Restinga, los cuales buscan devolver a los niños de esta localidad la capacidad de soñar. Parece simple, pero no lo es: “Hay una profecía de la pobreza en Belén”, explica el comunicador social Luis Gonzales-Polar, director ejecutivo de esta agrupación. “Si eres hombre, serás borracho, drogadicto o delincuente y, si eres mujer y no te prostituyes, serás abusada o maltratada. Nosotros tratamos de que los chicos no cumplan esa profecía”. ¿Cómo? “A través de talleres temáticos que les permitan recuperar sus sueños. Parece absurdo, pero, en situaciones adversas, soñar y jugar está prohibido. El trabajo que hacemos es hacerles ver que el futuro existe, que será duro, pero se puede salir adelante”. En quince años, La Restinga ha impulsado festivales y ha logrado forjar jóvenes artistas. Ahí donde antes había solo frustración, existe algo de esperanza.
Fuente: Diario de IQT de Paco Bardales con la siguiente introducción
La Amazonía es de por sí un espacio importante para la inspiración. Pero, además, un lugar donde se puede encontrar espacios de creación. La cultura respira en cada espacio. Uno de los más dinámicos espacios es Iquitos. Acá una nota especial, escrita por Jorge Paredes, subeditor del suplemento El Dominical del diario El Comercio, como testigo de excepción de esta explosión artística.
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