PRIMER LUGAR
Premio de Reportaje sobre biodiversidad 2008
PER-084-Selva Negra
Ramiro Escobar La Cruz
Revista Somos – Diario El Comercio enero 2008
Selva Negra
AMENAZAS. PROYECTOS PETROLEROS SE CIERNEN SOBRE PARQUE NACIONAL BAHUAJA-SONENE. TAMPOCO EL MANU SE SALVARÍA
Selva Negra
AMENAZAS. PROYECTOS PETROLEROS SE CIERNEN SOBRE PARQUE NACIONAL BAHUAJA-SONENE. TAMPOCO EL MANU SE SALVARÍA
Hacia fines de septiembre, una ola de protestas detuvo el intento gubernamental de recortar, con fines de inversión petrolera, más de 200 mil hectáreas del Parque Nacional Bahuaja-Sonene. Esta es una crónica de una reciente visita a este alucinante escenario natural, que aún estaría en peligro. También de los nonc santos planes que habría detrás de dicho propósito. La caza de hidrocarburos continúa e incluso el Manu estaría en el disparadero.
Las huellas de jaguar son auténticas, fresquitas, notariadas por el sobrecogedor paisaje que nos envuelve. Están clavadas sobre una playa dibujada por la confluencia de los ríos Tambopata y Távara, ya en los adentros del Parque Nacional Bahuaja-Sonene. En la zona intangible, en la ruta que va hacia el legendario Candamo, donde sólo reinan la paz de la naturaleza y el rumor animal.
Miles de bichos se nos cruzan, a la vez, en el aire. Se posan sobre nuestra piel indefensa, dan vueltas, revolotean, no ofrecen tregua. Pero uno soporta esa carga por la recompensa que reciben otros sentidos: a lo lejos se escucha el laberintoso grito de una bandada de guacamayos; en medio del monte también se siente el paso rápido, sigiloso y audaz de un grupo de monos coto.
Aún hay más: cuando nuestro barco se va internando por el Távara, los árboles parecen mostrarse más tupidos y misteriosos. El torrente serpentea por el bosque suavemente, aunque de pronto se vuelve difícil, tumultuoso. Numerosas aves saltan entre los árboles, como asombradas por nuestra inesperada travesía. Se ven unas flores extrañas, que cuelgan felices de algunas ramas.
Miles de bichos se nos cruzan, a la vez, en el aire. Se posan sobre nuestra piel indefensa, dan vueltas, revolotean, no ofrecen tregua. Pero uno soporta esa carga por la recompensa que reciben otros sentidos: a lo lejos se escucha el laberintoso grito de una bandada de guacamayos; en medio del monte también se siente el paso rápido, sigiloso y audaz de un grupo de monos coto.
Aún hay más: cuando nuestro barco se va internando por el Távara, los árboles parecen mostrarse más tupidos y misteriosos. El torrente serpentea por el bosque suavemente, aunque de pronto se vuelve difícil, tumultuoso. Numerosas aves saltan entre los árboles, como asombradas por nuestra inesperada travesía. Se ven unas flores extrañas, que cuelgan felices de algunas ramas.
SELVA DE PASIONES
Por fin, a una hora de remansos y rápidos hacia adentro, llegamos a la estación biológica La Nube, único rastro humano en estos territorios. Es una casita de madera plantada en medio de la mata boscosa e innumerables hojas, lianas, flores, más bichos. Fue puesta allí por Conservación Internacional (CI), con permiso del Instituto Nacional de Recursos Naturales (Inrena).
Su solitaria presencia, sin embargo, no rompe para nada la cálida belleza de este ecosistema, casi no alterado por el hombre, según nos explica Eddy Torres, de la Sociedad Zoológica de Francfort. La tarde va cayendo y dándole la razón. Nuestra voces y eventuales risas se pierden entre el sonido intenso y permanente de la jungla, no dominan el ambiente, significan poco o nada.
Esta es, efectivamente, una de las últimas “selvas sin hombres”, un emporio de biodiversidad, de los más ricos en el mundo. La adornan y componen miles de especies de vegetales y 1088 especies de fauna, entre ellas un tapir enorme, voluminoso, que al día siguiente, en la madrugada, viene a despertarnos paseando por la orilla del río, plácido e impresionante. Salvaje pero generoso.
Estamos en el Parque Nacional Bahuaja-Sonene, que abarca 1’092, 142 hectáreas, ubicadas en las regiones de Puno y Madre de Dios. Esta, además, es su zona intangible, su parte más delicada, donde no están permitidas más que la investigación científica y algunas actividades recreativas, previo permiso especial. Y este también es, aunque parezca penoso, una zona en la mira petrolera.
El 24 de septiembre del 2007, mientras en sus bosques perdidos seguía bullendo la biodiversidad, a las oficinas de INRENA llegaba una llamada misteriosa. Desde el ministerio de Agricultura avisaban que “todo estaba listo” para que dos días después, el 26, se discutiera en el Consejo de Ministros el proyecto de ley que le mochaba 209, 782.537 hectáreas a este territorio esplendoroso.
Eso fue tarde, de la noche de aquel duro día, por lo que Luis Alfaro, entonces Intendente Nacional de Áreas Protegidas, recién se enteró al día siguiente, el 25. Sorpresa, estupor, sensación de cabe. Lo lógico hubiera sido que lo pongan en autos, con antelación, que le pidan su punto de vista. Mas no. Casi al estilo Fujimori –“primero hago, después hablo”- se procedió de esa torva manera.
Alfaro, desconcertado, hizo un rápido análisis del proyecto y lo descartó en primera: vulneraba el Convenio sobre Diversidad Biológica (suscrito por el Perú y con fuerza de ley, según la Constitución); vulneraba el artículo 68 de la Carta Magna, que ordena que el Estado salvaguarde las áreas protegidas y, por último, hasta contravenía el capítulo 18 del flamante TLC con EEUU.
Según dicho acuerdo, tan acariciado por el actual gobierno, las partes firmantes no pueden “promover el comercio o la inversión” rebajando su legislación ambiental. Para recortar Bahuaja Sonene, el Congreso tendría que sancionar una Ley, que derogue los Decretos Supremos de 1996 y el 2000, que, respectivamente, lo crearon y luego lo ampliaron. O sea, machetear las normas.
Todos estos argumentos fueron enviados en un sendo oficio a Agricultura, por correo y por fax. Al final de la tarde del 25, seguro que en ese ministerio sabían su granítica opinión y en vista de que no había respuesta, Alfaro mandó, por las mismas vías, su renuncia. En la mañana del jueves 26, encontró en El Peruano la resolución que lo expectoraba, sin gracias de por medio.
¿MANU CHAU?Según dicho acuerdo, tan acariciado por el actual gobierno, las partes firmantes no pueden “promover el comercio o la inversión” rebajando su legislación ambiental. Para recortar Bahuaja Sonene, el Congreso tendría que sancionar una Ley, que derogue los Decretos Supremos de 1996 y el 2000, que, respectivamente, lo crearon y luego lo ampliaron. O sea, machetear las normas.
Todos estos argumentos fueron enviados en un sendo oficio a Agricultura, por correo y por fax. Al final de la tarde del 25, seguro que en ese ministerio sabían su granítica opinión y en vista de que no había respuesta, Alfaro mandó, por las mismas vías, su renuncia. En la mañana del jueves 26, encontró en El Peruano la resolución que lo expectoraba, sin gracias de por medio.
Al día siguiente incluso fueron unos guachimanes a sacarlo de su ecosistema, es decir de su oficina. Pero lo peor de todo en esta jungla de pasiones es que hay crecientes indicios de que toda la trama del proyecto de ley, y sus respectivos apuros, fue preparada en el Ministerio de Energía y Minas, ni siquiera en Agricultura. ¿Un preludio de lo que será el Ministerio del Medio Ambiente?
Publicaciones en El Comercio, Perú.21 y La República, así como la vigorosa campaña “Salvemos Candamo”, con portal incluido (http://www.salvemoscandamo.com/), detuvieron el extraviado proyecto, que era el punto 3 de la agenda del Consejo de Ministros del 26 de septiembre. Sin embargo, hay nueva señales de que los propósitos petroleros del actual Ejecutivo tiran para largo.
El 21 de noviembre, durante una conferencia realizada en el Congreso de la República, Gustavo Navarro, Director General de Hidrocarburos del MINEM, presentó las perspectivas de su sector. Entre lo que correspondía a la Zona Sub-Andina-Sur Oriente seguía figurando el “Yacimiento Candamo” (el que recortaría parte de Bahuaja-Sonene) y asimismo…parte del Manu.
Peor aún: en el propio proyecto de ley que pretendía descuartizar más de 200 mil hectáreas de selva poco intervenida se habla de dos provincias hidrocarburíferas (Camisea y Candamo), separadas por el Parque Nacional del Manu, “a través del cual continúa la tendencia de estructuras con potencial para exploración de hidrocarburos”. Es decir, podría interesarnos.
Peor aún: en el propio proyecto de ley que pretendía descuartizar más de 200 mil hectáreas de selva poco intervenida se habla de dos provincias hidrocarburíferas (Camisea y Candamo), separadas por el Parque Nacional del Manu, “a través del cual continúa la tendencia de estructuras con potencial para exploración de hidrocarburos”. Es decir, podría interesarnos.
Ernesto Ráez, biólogo y profesor de la Universidad Peruana Cayetano Heredia, quien ha hecho investigaciones en el Candamo, sostiene que estos planes sugieren una tendencia, que es la de ofrecer contratos de hidrocarburos “donde sea”. Alrededor del 70 por ciento de la Amazonía está lotizada para ese propósito y, en algunos casos, pasando olímpicamente sobre un área protegida.
Nuestra legislación establece que se puede hacer “uso directo” de recursos naturales en algunas de ellas –las Reservas Nacionales, por ejemplo, pero no en Santuarios Históricos (como Macchu Picchu), Santuarios Nacionales (como los Manglares de Tumbes) o Parques Nacionales (como Bahuaja-Sonene y el Manu). Es decir, se puede extraer petróleo, sólo que no hasta del Paraíso.
LLEGARÍAN LOS BÀRBAROS
En la Reserva Nacional Tambopata, vecina al Parque Nacional Bahuaja-Sonene, además de la profusa biodiversidad, se ven algunos intrusos. Los más llamativos son los mineros, formales informales, que extraen oro del lecho de los ríos. En la confluencia del Malinowski y el Tambopata, en vez de las huellas del jaguar están sus huellas, todavía no tan desoladoras.
José Luis Capella, de la Sociedad Peruana de Derecho Ambiental (SPDA), me dice, mientras una tropa bulliciosa de guacamayos pasa encima de nosotros, que ése pueda ser una de las amenazas que llegaría al Candamo si, por la gracia del Ejecutivo o el Congreso, se autoriza la inversión petrolera. “Imposible que esa actividad venga sola”, acota, desde su asiento en el barco.
Imagino entonces, asustado, lo que puede pasar acá si es que, finalmente, el oro negro se impone sobre esta inmensidad verde: esos bosques primarios que nos rodean, algunos de ellos sumamente ancestrales, desaparecerían; esa tortuga taricaya, que posa curiosa sobre un tronco, se esfumaría. Este paraje aún sereno y algo desolado se poblaría de motores, helicópteros, bandas de todo tipo.
En la Reserva Nacional Tambopata, vecina al Parque Nacional Bahuaja-Sonene, además de la profusa biodiversidad, se ven algunos intrusos. Los más llamativos son los mineros, formales informales, que extraen oro del lecho de los ríos. En la confluencia del Malinowski y el Tambopata, en vez de las huellas del jaguar están sus huellas, todavía no tan desoladoras.
José Luis Capella, de la Sociedad Peruana de Derecho Ambiental (SPDA), me dice, mientras una tropa bulliciosa de guacamayos pasa encima de nosotros, que ése pueda ser una de las amenazas que llegaría al Candamo si, por la gracia del Ejecutivo o el Congreso, se autoriza la inversión petrolera. “Imposible que esa actividad venga sola”, acota, desde su asiento en el barco.
Imagino entonces, asustado, lo que puede pasar acá si es que, finalmente, el oro negro se impone sobre esta inmensidad verde: esos bosques primarios que nos rodean, algunos de ellos sumamente ancestrales, desaparecerían; esa tortuga taricaya, que posa curiosa sobre un tronco, se esfumaría. Este paraje aún sereno y algo desolado se poblaría de motores, helicópteros, bandas de todo tipo.
La prueba clamorosa está en Huaypetue, no muy lejos de ahí y también dentro de la región Madre de Dios. El lugar se ha vuelto un territorio comanche, fuera de la ley, gobernado por los extractores de oro con escasa gentileza y harta violencia. La consecuencia ha sido la literal extinción de la selva, la falta de agua, la desolación ungida como precio necesario del vil metal.
Es eso lo que podría pasar acá, en este vasto emporio aún no muy intervenido. En estos bosques que, según Ráez, son de los más conservados que hay en todo el mundo Y que además tienen una virtud nada despreciable: dan vida a todo un sistema de cuencas que alimenta el río Tambopata, que a su vez vigoriza al río Madre de Dios, que finalmente desemboca en el Madeira.
Es eso lo que podría pasar acá, en este vasto emporio aún no muy intervenido. En estos bosques que, según Ráez, son de los más conservados que hay en todo el mundo Y que además tienen una virtud nada despreciable: dan vida a todo un sistema de cuencas que alimenta el río Tambopata, que a su vez vigoriza al río Madre de Dios, que finalmente desemboca en el Madeira.
¿Qué es el Madeira? Uno de los ríos más importantes de la Amazonía, una de las venas de uno de los pulmones del planeta. De todas las cuencas que lo surten, la más intocada, la menos vulnerada es la del Candamo, a donde pudimos ingresar por el río Távara, para admirar su espectacularidad.“Si se afecta esa zona, las consecuencias serán graves”, agrega Ráez, con rictus de preocupación.
POR QUÉ TANTA BELLEZA
Esta belleza, entonces, no es inútil, no es banal. Ni vale menos que los hidrocarburos. Su estado de conservación sirve para purificar el agua del Tambopata, del que se surten de agua Puerto Maldonado y varios poblados de la zona. Esconde misterios científicos, aún no explorados y que podrían causar auténticas revoluciones, quizás más trascendentes que la de los biocombustibles.
La ingente fauna y flora, por añadidura, bien administrada, sustenta la dieta de quienes viven en estas comarcas naturales, entre ellos los Ese’ Eja, los únicos nativos que se asentaron por acá. En el Távara y el Candamo, por citar un caso, se reproducen, alegre y periódicamente, miles de peces, que luego bajan hacia zonas donde pueden ser capturados y consumidos en formas diversas.
Esta belleza, entonces, no es inútil, no es banal. Ni vale menos que los hidrocarburos. Su estado de conservación sirve para purificar el agua del Tambopata, del que se surten de agua Puerto Maldonado y varios poblados de la zona. Esconde misterios científicos, aún no explorados y que podrían causar auténticas revoluciones, quizás más trascendentes que la de los biocombustibles.
La ingente fauna y flora, por añadidura, bien administrada, sustenta la dieta de quienes viven en estas comarcas naturales, entre ellos los Ese’ Eja, los únicos nativos que se asentaron por acá. En el Távara y el Candamo, por citar un caso, se reproducen, alegre y periódicamente, miles de peces, que luego bajan hacia zonas donde pueden ser capturados y consumidos en formas diversas.
Las 252 especies de peces, 174 de mamíferos, 100 de reptiles e incontables de insectos (1,200 especies de mariposas incluidas) son, finalmente, parte de un ecosistema único, el más rico del mundo según numerosos investigadores. No por nada National Geographic Society lo catalogó como uno de los siete santuarios naturales más emblemáticos del planeta.
La noche cae sobre el Távara, en medio del ensordecedor pero armonioso bullicio de la selva. Hay estrellas en el cielo y un viento tenue, que parece traer a nuestras humanidades la tranquilidad del bosque. En el día hemos visto más animales: monos frailecillos, ronsocos, martines pescadores, peces saltando y numerosos tapires, en todas las poses y actuaciones.
Me canso de contar, de asombrarme. Pienso en el jaguar que no he visto, pero no me descorazono. Mañana, muy temprano, nos toca ir a la collpa (pared de arcilla) donde aterrizan los guacamayos. Me parece verlos llegar ya, escandalosos, rompiendo el silencio de la mañana. Por miles. ¿Hasta cuándo harán ese alboroto? ¿Hasta que el “Yacimiento Candamo” se instale para hacerlos callar?
Me canso de contar, de asombrarme. Pienso en el jaguar que no he visto, pero no me descorazono. Mañana, muy temprano, nos toca ir a la collpa (pared de arcilla) donde aterrizan los guacamayos. Me parece verlos llegar ya, escandalosos, rompiendo el silencio de la mañana. Por miles. ¿Hasta cuándo harán ese alboroto? ¿Hasta que el “Yacimiento Candamo” se instale para hacerlos callar?
Fuente: Premioreportaje.org
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