lunes, 3 de septiembre de 2012

¡Hasta siempre, María Heise!


Por: Wilfredo Ardito Vega



Acabo de regresar del cementerio, María, y pienso que, si comienzo a relatar tu vida, lo más probable es que mucha gente crea que es imposible que alguien como tú existió realmente.
Recuerdo por ejemplo que en 1987, semanas antes que yo te conociera, sobreviviste a un ataque senderista en Otica, la comunidad asháninka en el río Tambo donde vivías dedicada a promover la educación bilingüe.   Ya antes habías sobrevivido a la mordedura de un murciélago, que te dejó desangrada y además contrajiste el paludismo.
Quizás ya estabas habituada a enfrentar peligros para cumplir tu misión de ayudar a la educación de los más olvidados: en los años setenta, durante la Reforma Agraria, unos hacendados  ayacuchanos difundieron que tú eras un pishtaco para poner a los campesinos en tu contra.
Supongo que te hizo más curtida tu adolescencia en Italia, durante la Segunda Guerra Mundial, cuando arriesgabas la vida en medio de los bombardeos para buscar comida para tu familia.  Y, supongo también que te hizo más sensible a la problemática intercultural tu experiencia personal: vivías con tu esposo alemán en el Munich de la postguerra, donde había muchos prejuicios hacia los italianos.
Años después, decidiste estudiar antropología en Berlín y desde que llegaste por primera vez te quedaste perdidamente enamorada del Perú. En los años ochenta, elaborabas valiosos materiales para los niños de habla quechua y aymara de Puno. Recorrías las penosas trochas del altiplano en tu Volskwagen, manejando sola, porque ningún funcionario te quería acompañar, y así visitabas las escuelas rurales para ver cómo se aplicaban tus textos y cartillas.
A los sesenta años, estabas trabajando entre los asháninkas y solamente dejaste el querido río Tambo, cuando los senderistas comenzaron a atacar las comunidades, matando a muchos líderes y secuestrando a la población.  En aquel momento, hubieras podido jubilarte y regresar a Europa, pero habías decidido quedarte en el Perú y comenzaste a viajar a muchos otros lugares.
Entonces fue que te conocí y nos hicimos amigos.  Aunque yo ni siquiera había terminado la Universidad, nunca mostraste mayor arrogancia por todas las carreras que habías estudiado, como tampoco te sentían arrogante los profesores asháninkas o shipibos.
Ya no recuerdo cuántos cursos hicimos en San Lorenzo, Yurimaguas o Puerto Maldonado.  Hablabas tú sobre educación bilingüe intercultural y yo sobre derechos humanos. Te confieso que en aquellos años, tú me inspirabas una gran resistencia frente a las privaciones materiales.  “Si María tiene cuarenta años más que yo y aguanta esto, yo también puedo hacerlo”, me decía. Al mismo tiempo, eras un ejemplo de profesional que ponía su conocimiento al servicio de los demás.
En nuestras largas conversaciones durante los viajes, reflexionábamos sobre la interculturalidad, aquella causa sobre la que escribimos un pequeño libro con Fidel Tubino.  Para ti, una de las razones por las cuáles no se avanzaba en una política intercultural era el racismo, que llevaba a que fueran minimizadas las demandas de la población indígena.
Al mismo tiempo, lejos de idealizar a las culturas amazónicas, también reconocías sus problemas internos.  Tú eras de las pocas que tenían el valor de hablar sobre la difícil situación de muchas mujeres indígenas, oprimidas dentro de sus comunidades.
Cuando la edad finalmente llevó a que dejaras de trabajar, tu casa de Monterrico se convirtió un lugar donde decenas de personas encontraban una fascinante acogida.  Recuerdo cómo tenías embelesadas a personas de todas las edades y orígenes, quienes podían quedarse por horas conversando sobre Obama, la educación bilingüe o, simplemente,  sobre tu intensa vida.    Eras además la anfitriona perfecta: en tu casa fue que conocí el amaretto y las especialidades que te gustaba preparar el vitello tonnato y el tiramisú.
En los últimos años, mientras tu salud decaía, había algunas buenas noticias en los temas que más te preocupaban: la última vez que te vi, ya en la clínica, te comenté que el Viceministerio de Interculturalidad estaba por fin tomando con seriedad la formación de intérpretes.  Te conté también sobre los avances en educación bilingüe intercultural.  De hecho, días después, se instaló la Comisión Nacional de Educación Intercultural Bilingüe, formada por líderes andinos, amazónicos y afroperuanos, para elaborar un plan de educación que se ubique en nuestra realidad.
Ojalá que en los próximos años, suceda lo que tú anhelabas y el Estado que respete la identidad de los pueblos indígenas y su territorio.  Ojalá los niños de Lima aprendan quechua, así como tú lo aprendiste en  Alemania.  ¡Hasta siempre, María!   ¡Ojalá que podamos seguir tu ejemplo!

1 comentario:

Eduardo Salazar dijo...

Vaya vida ejemplar la de Maria Heise! A ver si con este y con los sucesivos gobiernos las brechas sociales disminuyen y la inclusion realmente se logra.