miércoles, 26 de marzo de 2008



LA EVALUACIÓN DOCENTE Y LA CALIDAD
DE LA EDUCACIÓN

GABEL DANIEL SOTIL GARCÍA


A la altura de los tiempos culturales en que nos encontramos, ya no cabe ninguna duda de que la calidad de vida que una sociedad alcanza tiene en la calidad de la educación uno de sus factores más importantes.
Por lo tanto, cuando decimos que nuestra educación tiene baja calidad, lo que queremos decir es que sus características ya no garantizan una vida social con mejores condiciones de vida.
Es decir, de seguir con el actual sistema educativo en nuestro país (y región, por lo tanto), seguiremos profundizando nuestra pobreza, nuestro subdesarrollo; seguiremos mal utilizando nuestros recursos naturales, deteriorando nuestro ambiente (¡Pobre bosque!), destruyendo nuestra diversidad cultural, excluyendo o marginando a importantes sectores poblacionales, consolidando las injusticias, mirándonos con prejuicios, consolidando la desnutrición crónica, la anemia, la parasitosis, los bajos niveles de aprendizaje, el desconocimiento de nuestra realidad nacional (y regional), fortaleciendo nuestra dependencia psicológica, avergonzándonos de ser peruanos, etc., por una sencilla razón: del tipo de educación dependen los conocimientos que adquiramos, las habilidades orgánicas y psíquicas que desarrollemos, las actitudes que asumamos, los valores que practiquemos, etc.
Esto nos permite afirmar que lo que está en cuestión no es un determinado componente del sistema sino todo el sistema: desde el porqué, el para qué y el cómo. Las bases, los principios, la organización, la operatividad, los objetivos, etc. de la actual educación ya son obsoletos.
Los aprendizajes de nuestros educandos están afectados de inutilidad, impertinencia y disfuncionalidad para fines de cambio social, aunque sí sirven para mantener y perennizar las actuales condiciones de nuestro país.
Está completamente claro que lo que aprenden nuestros estudiantes en su paso por el sistema educativo nacional (y regional) no es lo que necesitan aprender para incorporarse positiva, eficazmente, en sus respectivas comunidades.
Hasta el momento, el Ministerio de Educación no ha demostrado sino apego a la tradición, falta de actitud crítica y reflexiva frente a la tarea que le compete realizar y carencia de compromiso con nuestro país. Está dirigiendo su accionar a lo espectacular, a lo conmocionante.
Si bien es verdad que el profesorado es factor de trascendental importancia en el desarrollo de la educación, no es tan importante como la política educativa en sí, que es la que determina el rol y sentido de cada componente de la educación; panorama dentro del cual cada elemento tiene su prioridad y su significatividad en relación al todo. Es en relación y dentro del marco que les diseña dicha política que el material educativo, la infraestructura, el mobiliario, el calendario de estudios, las normas administrativo-pedagógicas, la política de formación y capacitación permanente del profesorado, el reconocimiento de los derechos magisteriales, el currículo de estudio de los alumnos y de formación del profesorado, etc. adquieren un sentido y grado de importancia.
Si el Ministerio hubiera querido realmente mejorar la calidad de la educación nacional, hubiera comenzado por lo prioritario: poner en debate una nueva política educativa y tener, así, los criterios con qué dicidir temas como, por ejemplo si lo que sabe el profesorado nacional es lo que necesita saber para enseñarlo a las nuevas generaciones en valores, actitudes, conocimientos, habilidades intelectuales, etc. para producir los cambios que necesitamos como país con miras a mejorar la calidad de vida de todos los peruanos.
La evaluación que acaba de hacerse al magisterio nacional, con tan espectaculares resultados, muy bien aprovechados por el ente representativo del centralismo educacional, no nos dice sino que el magisterio ignora lo que se le ha preguntado; pero, el Ministerio no se ha preguntado si lo que ignora el magisterio es o no es útil para nuestro país, pues: 1) no sabemos hacia dónde queremos dirigirnos como país y, 2) si lo que se ha evaluado es lo que debe saber el magisterio para generar los cambios que nuestra nación (y región) requiere.
Desde mucho tiempo atrás, diversos y connotados analistas de nuestra educación nos vienen recalcando el teoricismo predominante en la misma, lo que quiere decir, simple y llanamente, que el cúmulo de aprendizajes que adquieren nuestros alumnos no les sirve para actuar productiva y creadoramente en la dinámica socio-económica y cultural de sus respectivas comunidades, pues lo que aprenden en su paso por el sistema, no les da idoneidad para producir los cambios que requieren nuestras diversas realidades regionales. Conocemos, también, del racismo con que se elabora el currículo nacional, así como su carácter impositivo e impertinente, pese a lo que se declara en sentido contrario por las autoridades educacionales.
Además, ¿se ha contrastado lo que se ha evaluado con lo que ha aprendido el profesorado en su proceso de formación? ¿No sabemos, acaso, de la enorme diversidad de currículos de formación que las instituciones formadoras (con la debida e irresponsable autorización del propio Ministerio) han elaborado, muchas de las cuales jamás debieron ser autorizadas?
Cerrar los ojos ante esta realidad tan grande como nuestro país (y región), es buscar pretexto para echar la culpa a quienes no la tienen, pues los Maestros y Maestras somos víctimas de la ceguera de la clase que siempre ha detentado el poder y, por lo tanto, ha tomado las equívocas decisiones, cuyas consecuencias las estamos pagando todos.
A nuestro modesto entender, entonces, no es el Magisterio nacional el que sale cuestionado de esta evaluación, sino el propio Ministerio que, por el centralismo al que se resiste abandonar, se niega a enriquecerse con nuevas perspectivas de enfoque multicultural; multiculturalidad que es característica esencial de nuestro país y, que, por lo tanto, debe ser punto de partida fundamental para la educación nacional.