domingo, 22 de abril de 2012


Cuatro libros amazónicos en sólo un mes


Las publicación de libros sorprendieron a los amantes de la literatura amazónica en Tarapoto; en casi un mes se hicieron público tres ediciones de autores locales que rescatan las vivencias de los sanmartinenses, hecho a la que no estamos acostumbrados, y aún más, en los siguientes días vendrá otra presentación.

Antes de escribir sobre Roger Rumrrill o del extinto Jenaro Herrera, comenzaré reconociendo el valor de la pluma contemporánea de Gavino Quinde Pintado (San Ignacio 1960), quien el 17 de marzo presentó su colección de relatos titulado “Historias que conmueven”, un compendio de 17 historias nostálgicas que mezclan la anécdota, la superación y el amor por la familia.

Si bien Gavino es reconocido por las poesías galardonadas en los juegos florales de El Tarapotino, él aún tiene mucho por sorprendernos con las inéditas novelas que esperan una editorial. Valga mi opinión positiva por el estilo y cuidado en la narración, ya que no tiene que envidiar a escritores connotados de talla internacional.

“La princesa que ríe de día y llora de noche” es el título publicado una semana después, escrito por Melissa Vecco Giove (Chosica 1980), en la que crea un mundo de fantasía para niños basadas en las leyendas amazónica. Hablar a los infantes del chullachaqui o las aventuras de chichi, la tetita acomplejada, son enternecedoras historia que hace evidente el surgimiento impulsivo de la narrativa escrita. Ambas publicaciones fueron hechas por el centro cultural Rezistencia.

La preocupación por las letras se refleja también en la publicación hecha por el proyecto Rescate y afirmación de las expresiones culturales, que hace pocos días publicó un libro compilatorio con poemas de Jenaro Herrera Torres (Moyobamba 1861), quizá el primer sanmartinense intelectual, cuya conmemoración por su sesquicentenario de nacimiento se recordó el año pasado (2011).

El título del libro es “Obra poética”, recopilado por el huancavelicano Manuel Marticorena Quintanilla, quien llegó esta semana a Tarapoto para la presentación junto a Roger Rumrrill. Ambos coincidieron en rescatar la dedicación, en avanzada, de Jenaro Herrera al rescatar las tradiciones orales de la población amazónica, tal como lo hiciera un seguidor de Ricardo Palma.

Rumrrill, más interesado en la coyuntura de la época, señaló como ejemplo a Jenaro Herrera, y no podría ser mejor ya que fue abogado, docente y periodista, “Pareciera un anglosajón por su disciplina, orden, rigurosidad y puntualidad”, fueron las palabras del estudioso amazónico durante la presentación. Hay mucho que aprender al respecto.

Lo que también pasará a la historia es el auge por el que está pasando la literatura sanmartinense con asociaciones literarias como Machusacha de Lamas o Rezistencia en Tarapoto, esta última presentará otro libro titulado “Antología de la literatura sanmartinense”, obviamente con escritores de nuestra época. Una edición que promete, cuya presentación se ha anunciado para el 4 de mayo, si es que no median inconvenientes.

Tener publicaciones constantes emociona a cualquiera apegado a las letras como este servidor, pero el entusiasmo se pierde cuando vemos los auditorios y las salas de lectura vacías, pareciera vivir un sueño cuando sólo unos cuantos van a las presentaciones mientras tanta prensa habladora, profesores o estudiantes ni se interesan en asistir. Por ello, espero verlos en la siguiente.

Fuente: Blogger Mis ideas de César Cárdenas

viernes, 20 de abril de 2012


TAKAWA: un concepto kukama para una “intervención humanitaria”

Por: P. Miguel Angel Cadenas y P. Manolo Berjón

                                                                                         Dedicado a José Alvez Ricopa, de quien tanto aprendemos.
Escribimos desde el río Marañón, desde los distritos de Parinari y Urarinas para ser precisos, provincia de Loreto (Perú). En estos momentos está todo inundado, llevamos más de un mes así, las comunidades más bajas, desde febrero. Algunas familias ya han tenido que subir su emponado. Es una operación riesgosa. Levantar el emponado para alzarlo es debilitar la estructura de la casa. La corriente y un viento fuerte la pueden voltear. El pueblo tupí–kukama es experto en convivir con las crecientes y saben perfectamente tomar las precauciones del caso, pero ahí están los riesgos. Los niños juegan en el agua y la vida se desarrolla con normalidad. En tiempos de crisis no conviene hacer dramas. Hay mayor precaución con los bebés y la parte más dura llegará con la vaciante: junio-setiembre. Valorar lo que sucede en el río con criterios citadinos desembocará en intervenciones inadecuadas. La crisis urbana generada en Iquitos tiene causas estructurales y exige otros parámetros.

Lo primero que nos viene a la mente son los mitos del diluvio, de gran calado en la Amazonía. No transcribiremos aquí ninguno de ellos por falta de espacio. Tan solo recordar que para el pueblo kukama la inundación supone acabar con la tierra vieja para que brote una tierra nueva. El “diluvio”–creciente se produce por el mal que existe en el mundo. El comportamiento inmoral contribuye a esta desaparición–alagación del mundo. Con el diluvio se disipan todos los pecados y surge un mundo nuevo: tierra muy productiva por el barro depositado y ausencia de plagas. El diluvio en kukama se traduce literalmente por “nuestra tierra desaparece”. No conviene olvidar la segunda parte: surge una nueva tierra, una nueva creación.
Si en el primer punto acudíamos al mito, en el segundo lo haremos a la historia. En el s. XVIII el P. Manuel Uriarte escribe: “… y una gran creciente del Marañón, que anegó las [chacras] de los Omaguas, hubo este año carestía, hasta no tener qué comer sino platanitos tiernos como un dedo, y buscar los indios cogollos de palmas para hacer sus bebidas. Ni tenían ánimo de pescar y cazar, faltando su pan. Mas ingeniándose y comprando de los Yameos de San Regis y Napeanos, lo pasaron hasta que hubo chagras maduras en tierras altas, que hacían los Amaonos y Masamaes”.
No es la única creciente de la que habla el P. Uriarte, describe varias, pero con una tenemos suficiente. Esta en concreto se produjo el año 1761. Del texto transcrito podemos deducir varias cosas: que las crecientes no son de hoy, aunque el cambio climático introduzca variantes que no serán objeto de este escrito; que la época de hambruna fue posterior a la creciente, es decir, en tiempo de vaciante; que los Omaguas [pueblo tupí] se valían de sus vecinos para sobrevivir hasta que tuvieron chacras nuevas. Un poco más adelante el P. Uriarte nos informa que este mismo año y para hacer frente a la hambruna con los niños de Omaguas “hice una chagra en purma, que es monte bajo, donde se sembró arroz, frijoles y plátanos, con algún maíz y yuca para tener a mano algún socorro, caso que se perdiesen las de las orillas o islas del río”. Se ve la predilección por sembrar en las riberas o en las islas, terreno mucho más productivo.
Al día de hoy las estrategias son las mismas. Algunas familias migran a las quebradas o lugares más altos donde permanecen junto con alguno de sus familiares. Esta migración puede tener una doble vertiente: una visita temporal, mientras dura la creciente y el hambre, o instalar junto a ellos su nueva residencia. En lenguaje humanitario: “desplazados por causas naturales”. Otra de las tácticas no descrita en este párrafo por el P. Uriarte, pero compartida en su época es en torno a los cánones de belleza. La cultura occidental estima un cuerpo delgado como signo de perfección, la medicina occidental ha contribuido mucho a este canon. Pero en épocas de hambre las personas más delgadas poseen menos recursos energéticos, grasas, para hacer frente a las circunstancias adversas. Todavía al día de hoy para los kukama una persona gorda es una persona saludable. Sin duda, con el trasfondo de las inundaciones podemos comprenderlo mejor. Por cierto, en los últimos años, en todos los distritos e incluso en pueblos alejados se eligen “reinas de belleza”, casi siempre bajo los cánones occidentales de delgadez.

En un tercer punto invocamos el concepto kukama de takawa: daño producido por una comida especialmente apetecible o deseada. Bien sea por exceso, empacho, o por defecto de la misma, no quedar satisfecho. Provoca una diarrea puntual, tan solo demora el tiempo de la “indigestión” (también en la producida por no quedar saciado). Una vez ocasionada la takawa, ya no deseas comer ese alimento por bastante tiempo, causa rechazo. Posiblemente durante la vaciante encontraremos muchos casos de takawa por no poder saciarse. Acudimos al concepto kukama de takawa para llamar la atención sobre la “ayuda humanitaria”. Por supuesto que las poblaciones del Marañón la necesitan, ya nos lo recordaba el P. Uriarte. Pero no una “ayuda humanitaria ciega”.
El apoyo a los damnificados [del Marañón] se debe dar en el momento preciso: en vaciante. Durante la creciente todavía queda plátano y yuca y se cazan bastantes animales de monte porque están circunscritos en pequeños espacios de tierra que no ha sido inundada. La caza es fácil en estos momentos. Y la pesca será abundante y de peces gordos porque ahora están comiendo los frutos de los árboles en las tahuampas [interior del bosque inundado]. En vaciante habrá pescado, pero no habrá yuca ni plátano. Y sin estos productos los kukama dicen que no se puede comer, aunque haya abundancia de pescado.
El P. Uriarte nos señalaba algunos productos que serán necesarios si verdaderamente deseamos apoyar al pueblo kukama: arroz, frejol, plátano, maíz y yuca. Podemos añadir maní y, en una mezcla adecuada, con maíz obtendremos el suculento upe. Se podrá objetar que son fundamentalmente hidratos de carbono. Cierto, pero eso es lo que se necesita. Como no son los tiempos del P. Uriarte y la pesca, aunque se espera que sea abundante en vaciante, no será como debiera, por motivos que ahora no vienen al caso, pero que los impunes derrames petroleros ayudan a que no olvidemos, bien vendría en las últimas intervenciones de los meses de agosto y setiembre algunas proteínas animales, a poder ser pescado de la Amazonía.
Utilizar la “ayuda humanitaria” para introducir nuevos alimentos, con el argumento de que son los que se pueden conseguir en el mercado y, por su envasado, fáciles de repartir, será nefasto. Los nuevos sabores necesitan tiempo para ser admitidos, por mientras podemos ver que las gallinas, perros, chanchos… comen las papillas e incluso leche donadas por el Ministerio de Salud versión PIN (Programa de Intervención Nutricional) o PRONAA (Programa Nacional de Alimentos). Los nuevos sabores pueden producir rechazo y generar takawa, además de producir diarreas, por el cambio alimentario. Un segundo efecto colateral será la basura generada por los envases. Llenaremos las comunidades de recipientes difíciles de reciclar. El 2010, con la pésima intervención de la Pluspetrol por un derrame petrolero, se provocaron muchos takawa y se generó una ingente cantidad de basura por los envases, muchos de ellos terminaron en el río. Mientras los que proporcionan la “ayuda humanitaria” se proclaman ecológicos, con su intervención pueden inducir un desastre. Los apoyos a los damnificados no son para experimentar sabores, sino de ayuda a las personas concretas. Tener en cuenta la categoría takawa, propuesta por los kukama, es la posibilidad de una “intervención humanitaria despierta”.
Tradicionalmente eran comunes los enterramientos de yuca en creciente para posteriormente hacer fariña, que de tantos apuros ha sacado a los pueblos tupí. Este año hay menos enterramientos de yuca. Muchas familias no se esperaban una creciente tan grande y les ha pillado desprevenidos. La “incorporación al mercado” ha ido provocando la necesidad de dinero contante y sonante para adquirir algunos objetos necesarios (los comienzos del año escolar dan buena cuenta de ello), lo que obliga a sembrar productos para la venta. En resumen, que apenas se producen ahora enterramientos de yuca, difícilmente se podrá hacer fariña. Adquirir fariña de yuca amarga para pueblos indígenas que utilizan la yuca dulce aumentará las diarreas por cambio alimentario, puesto que son dos tipos de yuca diferentes con tratamientos diversos. Ahí están las intervenciones de las inundaciones del 93-94 para recordarlo: la fariña de yuca amarga cambia de sabor.
Un último punto antes de concluir. Ayudar implica “tener en cuenta”. Las personas que reciben ayuda, por encima de todo, son personas y como tales deben ser tratadas. Aprender de los pueblos indígenas supone contar con ellos, al menos como agradecimiento a su resistencia y sabiduría. Entregarles la ayuda a las organizaciones indígenas para que gestionen “la crisis” será el mejor antídoto y aumentará los niveles de autoestima, evitando en lo posible “el don que hiere”. Les agradecemos su sabiduría, valoramos su organización, y les entregamos para que ellos distribuyan, cuidando la reciprocidad. En estos momentos los Municipios del bajo Marañón están inmersos en fuertes crisis, con pugnas de poder por parte de diversos grupos, defendiendo, en muchas ocasiones, intereses ajenos. La mejor forma de canalizar la “ayuda humanitaria despierta” será a través de las organizaciones indígenas. Otro tipo de apoyos serán espúreos.
Se necesitarán simientes, muchas familias se verán abocadas a comer las semillas de siembra, lo cual generará problemas agravados. Además de la ayuda alimentaria familiar, no estaría mal un vaso de upe para desayuno escolar y almuerzos para los colegiales durante la vaciante. La emergencia ocasionará enfermedades que habrá que atender.
Santa Rita de Castilla, 20 de abril de 2012
P. Miguel Angel Cadenas                             P. Manolo Berjón
Parroquia Santa Rita de Castilla               Parroquia Santa Rita de Castilla
Río Marañón                                                     Río Marañón
Fotos: Parroquia Santa Rita de Castilla – Río Marañón, 2012