martes, 29 de marzo de 2011

¿Hambre cero en la selva?

Por: José Álvarez Alonso

Todos los políticos en campaña ofrecen combatir la desnutrición infantil en la selva, una lacra vergonzosa que afecta al 40-50% de los niños en zonas rurales (en algunas comunidades indígenas hasta el 60-70%) y frustra sus esperanzas de superación y desarrollo. Suena muy bien y atrae votos la promesa, sobre todo si la promesa se hace con un inocente niño en brazos del candidato. Todos los gobiernos han intentado acabar con esa lacra, sin mucho éxito hasta el momento.

¿Qué ha hecho los últimos gobiernos? Lo más lógico desde un punto de vista urbano: donar leche a las comunidades, porque el programa del Vaso de Leche iniciado por el recordado Tío Frejolito, Alfonso Barrantes, ha funcionado bastante bien en Lima. Hay una foto para reflexionar sobre la impertinencia de continuar con esa política asistencialista: un perro comiendo leche donada por el PRONAA (Programa Nacional de Asistencia Alimentaria) a una comunidad indígena.

Dicen los que conocen la zona que los indígenas usan la leche para alimentar no sólo a sus perros, sino a sus gallinas y chanchos, e incluso para marcar las líneas del campo de fútbol. Un ignorante de la realidad amazónica los calificaría inmediatamente de ignorantes, valga la redundancia. Pero no lo son: los indígenas afirman que la leche les da vómito y diarrea a los niños. ¿Mienten, o es una cuestión solamente de hábitos? No. Resulta que la mayoría de los indígenas son intolerantes a la lactosa a partir de los tres o cuatro años. ¿Sabe eso la bienintencionada gente que dona la leche, sea del Gobierno o de organizaciones privadas? Sospecho que no, y sospecho que tampoco se han preocupado mucho por averiguar si sus promocionados programas sociales están teniendo el impacto que afirman.
 
Segunda opción, dirían algunos regionalistas: en vez de la foránea y pituca leche les donamos a los indígenas víveres “regionales” que sí pueden digerir y son más acordes con sus costumbres y cultura. ¿Es positivo eso? Sí y no, pues lo negativo es quizás peor que lo positivo, porque si bien esta práctica puede tener un impacto –limitado- en combatir a corto plazo la desnutrición infantil, no es sostenible y, peor aún, puede convertir a los indígenas en mendigos.

¿Qué hacer, entonces? No se puede explicar mucho en las líneas de una columna, pero esbozaré algunas ideas, a riesgo de ser mal calificado: primero, debemos saber dónde está la raíz de la desnutrición infantil: en la falta de proteína y en la parasitosis. La segunda es relativamente fácil de combatir con educación y asistencia sanitaria. La primera no tanto, por lo dicho antes y porque sus fuentes tradicionales de proteína -pescado y carne de monte- son cada vez más escasos en la selva por la sobre explotación y la falta de manejo.

¿Impulsar la cría de animales menores, el cultivo de peces? Eso suena mucho mejor, y lo están haciendo el IIAP, el FONCODES y otras instituciones, y algunas ONG, aunque lamento informarles que con éxito limitado, especialmente en comunidades indígenas, donde no tienen esa cultura “productiva”, y donde han fracasado muchos de los proyectos en esta línea –con las honrosas excepciones de comunidades Awajún y Ashaninka de ceja de selva, donde sí están prendiendo bien los proyectos acuícolas. El fracaso es predecible especialmente cuando algunos ignaros promueven proyectos productivos comunitarios, ignorando que el modo tradicional de producción en comunidades amazónicas es familiar y no comunitario (ese mito ha hecho más daño en la selva que las inundaciones, y hasta ahora siguen algunos proyectos impulsando la mamarrachada).

Un ejemplo de cómo se puede desperdiciar recursos por ignorancia: según escuché hace unos días a un experto, en los últimos años sólo el Fondo Ítalo-Peruano invirtió casi 15 millones de soles en promover entre otras cosas la crianza de ganado en el distrito de Balsapuerto, supuestamente para combatir la desnutrición. Resultado: ahora es uno de los distritos más pobres del Perú, y ha visto agravada su pobreza por este proyecto (y otros similares anteriores) que ayudó a destruir los bosques, a colmatar y dejar sin agua el río Paranapura, y por tanto, a incrementar la desnutrición, porque el pueblo Shawi no toma leche y no come carne de vaca...

Manejo de ambientes naturales

Los indígenas amazónicos estuvieron mucho mejor alimentados en el pasado que ahora, porque tuvieron a disposición abundancia de recursos de fauna silvestre y, especialmente, pescado. ¿Es posible recuperar estos recursos de nuevo? Por supuesto que sí. Comunidades organizadas lo han hecho en algunos lugares conocidos: las comunidades del Área de Conservación Regional Comunal Tamshiyacu - Tahuayo han recibido reconocimiento nacional e internacional por su modelo de manejo sostenible de fauna terrestre, y también tienen logros importantes en recuperación de los peces en sus cochas; otras comunidades están siguiendo su camino en las quebradas Yanayacu, en el área de amortiguamiento de la mencionada ACR, y en el alto Nanay; el reconocido grupo de manejo de los Yacutaita también lo ha logrado en la Cocha el Dorado, y de modo similar algunas otras comunidades en la R. N. Pacaya – Samiria. El pescado, en particular, se recupera de forma relativamente rápida con medidas simples de manejo, y puede contribuir a mejorar significativamente la nutrición, porque es la fuente principal de proteína de las comunidades.

Si el manejo comunal de recursos es una alternativa para mejorar la nutrición infantil, lo más lógico es que el Estado invierta fuertemente en ello ¿no? Pues no: salvo lo que hace el SERNANP en las áreas protegidas de nivel nacional, y el PROCREL en las áreas de conservación regional, el Estado no invierte prácticamente nada en ayudar a las comunidades de la selva a mejorar la gestión de sus recursos pesqueros y de fauna silvestre, a pesar de ser mucho más eficiente en términos de costo/beneficio. Sólo en Loreto, en los últimos 30 años se ha invertido decenas de millones en promover la acuicultura, lo que está muy bien, pero no se ha invertido casi nada en manejo. Los resultados de esta política son bastante magros: el pescado de piscigranjas no llega a las 500 toneladas anuales, mientras que la producción de cochas, ríos y quebradas alcanza más de 50,000 toneladas (y ha descendido a la mitad en los últimos 20 años, justamente por falta de manejo).

Invertir en manejar mejor el recurso pesquero y la fauna silvestre sería la mejor inversión para mejorar la nutrición infantil; el impacto quizás no sea tan visible y “fotografiable” como el de una piscigranja o una posta médica, pero es más barato, más sostenible y más pertinente en términos sociales y culturales. Definitivamente, desde las oficinas citadinas se ven las cosas de otra manera…
(*) Biólogo, Investigador del IIAP.

Fuente: Cuarto Ambiente

martes, 22 de marzo de 2011

¿Desaparecerá la Amazonía?

Expertos vaticinan la desaparición de la mayor parte de los bosques amazónicos para fines de siglo.

Por: José Álvarez Alonso

Lo dicen los científicos: la Amazonía, el ecosistema más rico y biodiverso, y reservorio de un quinto del agua dulce no congelada del Planeta, está en serio riesgo de desaparecer en el presente siglo debido a la deforestación y al cambio climático.

Según estudios recientes, la región suroriental es la que estaría en mayor riesgo de convertirse en las próximas décadas en sabana, un ecosistema biológicamente mucho más pobre y con mucha menor capacidad de almacenar carbono y producir lluvia. La región noroccidental, que incluye a Loreto, sería la que más probabilidades tiene de resistir los embates del cambio climático “siempre y cuando se conserven los bosques”, previenen los expertos.

La Amazonía no será el pulmón del Mundo como se decía en décadas pasadas, pero sí es un gran regulador del clima global, debido a capacidad de absorber carbono (almacena entre 90 y 120 billones de toneladas métricas) y a su capacidad de producir humedad y generar su propio clima.

Sin embargo, el año pasado, durante la tremenda sequía que se abatió por toda la región, la Amazonía dejó de ser un sumidero de carbono para convertirse en un emisor neto, liberando a la atmósfera más CO2 que Europa y Japón juntos; una muy mala noticia para el Planeta, amenazado por el cambio climático.

Se dice que si los escenarios actuales no cambian, la destrucción de los bosques amazónicos aceleraría significativamente el calentamiento global –entre 1 y 2 grados, según algunas estimaciones- y afectaría la agricultura en las regiones limítrofes, incluyendo los valles interandinos, que dependen de la humedad generada en la Amazonía.

La sequía del 2010, un aviso del futuro

El Amazonas, el Rey de los Ríos, el más caudaloso del Mundo, daba pena meses de atrás: por segunda vez en un año batió su récord histórico de nivel más bajo, mientras que algunos de sus afluentes principales como el Huallaga, el Marañón y el Ucayali, quedaron casi convertidos en arroyuelos. Los medios de prensa internacionales alarmaron al Mundo: “El río Amazonas se está secando”, informaba Reuters en septiembre, mientras que Radio Netherlands afirmaba: “El majestuoso Amazonas se transforma en un arroyo”.

La vaciante extrema ha venido acompañada de una ola de calor insoportable y una pertinaz sequía, provocado estragos a lo largo y ancho de la cuenca. Apenas unos meses antes se había batido el récord histórico de temperaturas más bajas en varias localidades de Perú y Bolivia. La población amazónica está desconcertada frente a estos extremos, mientras que algunos predicadores hacen su agosto anunciando el fin del Mundo.

Un cielo ‘panza de burro’, parecido al de la Lima invernal, cubrió por largas semanas la selva baja del Norte del Perú, y el caudal de los ríos seguía bajando y se interrumpía el tráfico de embarcaciones; el sol, usualmente brillante en los límpidos cielos amazónicos, apenas se asomaba moribundo entre la neblina, mientras los suelos de las chacras se cuarteaban por la falta de agua y los cauces de los ríos se secaban, para alarma de los amazónicos.

Luego se supo que los culpables eran los miles de incendios en la Amazonía brasileña. ”Este mundo se acaba”, me comentaba el motocarrista que me lleva del aeropuerto a casa, en Iquitos, aludiendo al calor infernal y la falta de lluvias de los últimos meses. “Nunca hemos visto cosa igual, ni los viejos más antiguos recuerdan una vaciante así”, me comentaba Mamerto Maicua, Awajún, presidente de la organización indígena CORPI-AIDESEP, en San Lorenzo.

Iquitos y otras ciudades amazónicas sufrieron por varias semanas escasez de alimentos, gas, cemento y otros productos de la costa, por las dificultades del transporte acuático; también hubo problemas en el abastecimiento de agua. En la ceja de selva se llegó a situaciones extremas: Tarapoto, Bagua y otras ciudades de la selva norte estuvieron varios meses apenas una horas de agua al día.

En el Huallaga central y el bajo Mayo los cultivos de arroz languidecieron y los ganaderos no tenían agua ni para dar de beber a su ganado. El otrora caudaloso Huallaga llegó a estar tan bajo que se podía cruzar a pie en varios lugares. La prensa informó de varios pueblos abandonados por la sequía, los primeros “refugiados climáticos” de que se tiene noticia en la Amazonía peruana.

El calor llegó en algunos lugares a niveles nunca antes vistos: “37 ºC en Moyobamba, eso nunca había pasado, no llueve, no hay agua, no hay energía eléctrica, el Gera seco, es un chiste ver el puente caído y preguntarte pero que río furioso ha hecho semejante cosa si no tiene agua, parece que la furia se llevó no solo el puente sino también el agua” me escribía Karina Pinasco, una reconocida conservacionista desde esta otrora paradisíaca ciudad. Y me contaba que los bosques de las áreas de conservación ambiental Mishquiyacu-Rumiyacu, y Almendra, fuente de agua de Moyobamba, ardieron por más de cinco días para desesperación de los habitantes de la ciudad.

La ciudad de Pucallpa también estuvo por varias semanas cubierta de humo, aparentemente proveniente de las quemas de bosques en el suroeste de Brasil. En el alto Ucayali y en varias otras zonas de Loreto y Madre de Dios, decenas de comunidades indígenas estuvieron aisladas por varios meses, debido a la extrema vaciante de los ríos que impedía el transporte acuático.

La vaciante también afectó seriamente a los peces, principal fuente de alimentación para la población amazónica en selva baja. “Cada vez hay menos, y son más pequeños. No sé qué vamos a comer, si seguimos así”, se lamenta Julia Soplín, una humilde vendedora de pescado en el mercado de Bellavista, en la confluencia del Nanay con el Amazonas. “El peje se está acabando, a veces no saco ni para dar de comer a mi familia”, me explicaba Segundo Tapayuri, Kukamiria del río Huallaga, mientras tejía sus redes lamentándose de la creciente escasez de pescado.

Fernando Fonseca, agricultor y poeta ribereño del Amazonas, me contaba alarmado: “Muchos de mis árboles se murieron con la falta de agua; algo muy grave está pasando en el Amazonas”. Y parece tener razón, porque la sequía no sólo afectó a la Amazonía peruana; en Brasil, los incendios forestales arrasaron miles de hectáreas de bosques, incluyendo el 80% del Parque Nacional Das Emas, en el Cerrado, mientras que suspendió la navegación en ríos tan grandes como el Rio Negro, el Madeira y el Tapajos. Más de 40,000 cabezas de ganado perecieron de sed en El Beni, en Bolivia, debido a la sequía.

Sólo nosotros aumentamos

“Sólo nosotros aumentamos, y la basura; el resto disminuye cada año: el agua, los peces, los árboles…”, comentaba resignado Ronaldo Fachín, viejo pescador del puerto de Bellavista, en Iquitos, sentado en la proa de su canoa vacía luego de una infructuosa jornada de pesca. Muchos amazónicos comparten su pesimismo, porque han visto como se degradan inconteniblemente los ecosistemas amazónicos al tiempo que los recursos que son la base de su subsistencia se hacen más y más escasos, a la par que los cielos otrora generosos ahora mezquinan su agua.

El anuncio del Gobierno de un paquete de megaproyectos para el alto Marañón, incluyendo hidroeléctricas y trasvase del agua amazónica a la costa, no pudo llegar en peor momento. Los expertos temen que estos proyectos alteraren de forma irreversible los ciclos de crecientes y vaciantes, y los procesos migratorios de los peces, lo que afectaría gravemente el ecosistema de la selva baja y los recursos de los que dependen las poblaciones amazónicas. En Loreto se han alzado crecientes voces de protesta contra lo que ven como una nueva agresión del centralismo, y una más que seria amenaza para una región bastante azotada por la pobreza y la degradación ambiental.

Los ecosistemas amazónicos ya están sometidos a mucho estrés, no sólo por el cambio climático, sino por la contaminación de los ríos, la sobre explotación de los bosques, y la deforestación en las cabeceras de los ríos para cultivos ilícitos. Una nueva agresión podría significar un paso más hacia el colapso ambiental, lo que significaría más hambre y enfermedades para una población ya bastante hambrienta y enferma.

Los climatólogos prevén un incremento de entre 3 y 5 grados de las temperaturas en el Amazonas para fines de siglo. Pero según el Hadley Met Centre, que provee información meteorológica al Gobierno Británico, las temperaturas podrían elevarse hasta 8 grados centígrados. En esas condiciones las sequías y los incendios catastróficos serían generalizados, y sería muy difícil la vida en el Amazonas.

Conjurando el fantasma de la deforestación

La pertinaz sequía que ha asolado la Amazonía es, a decir de muchos científicos, efecto del cambio climático, pero también de la deforestación salvaje en las cabeceras de cuenca, dicen los expertos. Más del 20% de la Amazonía ya ha sido destruida, y algunos modelos establecen que el “umbral crítico” o punto de inflexión está entre el 35 y 45% de deforestación, antes de que colapse el clima amazónico. El bosque amazónico no sólo almacena el agua de la lluvia, sino que la produce: alrededor del 50% de las lluvias amazónicas son producto de la evapotranspiración del bosque. En las zonas deforestadas, las lluvias torrenciales arrastran todo a su paso, produciendo huaycos e inundaciones; cuando deja de llover unos días, las quebradas y ríos se secan.

En la Región Loreto ya se están impulsando medidas para enfrentar los efectos del cambio climático: el 2009 se aprobó una ordenanza regional que protege todas las cabeceras de cuenca, para garantizar la provisión de agua y otros recursos vitales para la población, una medida que le mereció un premio nacional al presidente regional.

El Instituto de Investigaciones de la Amazonía Peruana, en alianza con el Gobierno Regional de Loreto y otras organizaciones, están impulsando proyectos de conservación participativa de bosques con comunidades, bajo los principios del ‘uso del bosque en pie’ y ‘conservación productiva’, como alternativa al avance de la frontera agrícola y a la tala ilegal. Muchas comunidades indígenas, habitualmente reacias a las áreas protegidas, ahora recurren a ellas como un instrumento para conservar los recursos de los que depende su economía. Si se establecen incentivos para conservar los bosques a través del mercado de bonos de carbono -algo que todavía tomará un tiempo según lo que se ha visto en la cumbre de Cancún- es posible que se pueda todavía evitar la catástrofe.

Mientras tanto deben ser descartados todos esos descabellados proyectos de carreteras de penetración con sus desfasados “planes de colonización” y de expansión de la frontera agrícola en suelos pobres de tierra firme; también debe ser frenado todo proyecto de promoción de monocultivos en Amazonía a costa de bosques primarios. En su lugar debe promoverse actividades de aprovechamiento y agregación de valor a productos del bosque en pie por las propias comunidades amazónicas, al tiempo que deben ser recuperadas las áreas ya degradadas con proyectos de reforestación o cultivos permanentes con alta capacidad de captación de carbono y producción de humedad.

Los expertos coinciden en que la conservación y la recuperación del bosque es la mejor -y quizás a corto plazo la única- forma de mitigar el impacto del cambio climático en la Amazonía. El bosque se convierte en un tesoro demasiado valioso para dejar que intereses privados lo degraden o destruyan, por más que los cultivos lleven el falso sello verde de los “biocombustibles”. El Programa de Conservación de Bosques del MINAM debe ser una prioridad nacional, y debe tomarse medidas de emergencia para frenar de una vez por todas la deforestación y la degradación de los bosques. Si hay una esperanza de salvar la Amazonía es protegiendo celosa y decididamente el bosque, ahora.

Artículo del biólogo e investigador del IIAP José Álvarez,

Fuente: Cuarto Ambiente Iquitos 21.03.2011

miércoles, 9 de marzo de 2011

Cambio Cultural y Urbanización En Amazonia


Enric Cassú Camps

La Amazonía es un misterio que se llena a medida que se describe, que crece cuanto más la conoces, que se desdobla sobre tus propios pasos sin agotar nunca sus caminos. Es una tierra poblada de mitos, cuentos e imágenes que desde adentro y desde afuera dibujan los contornos de una realidad siempre cambiante. Desde los relatos originarios de los pueblos indígenas hasta las banderas ecologistas de aficionados y expertos, se teje una vasta red de discursos que ficciona y al mismo tiempo transforma la fisonomía de sus paisajes. Se dice que es el pulmón del mundo, pero consume tanto oxígeno como produce, se dice que es una tierra fértil y abundante, pero sus suelos ácidos y arenosos dificultan la más mínima cosecha, se dice que la región es eminentemente rural, pero la mayoría de sus gentes se concentran en núcleos urbanos, se dice que es un enorme y homogéneo manto verde, pero su diversidad desborda las clasificaciones científicas, se dice que es una tierra salvaje e inexplorada, pero la historia de sus gentes cuenta por más de doce mil años. A pesar de su apariencia imperturbable, de la supuesta indiferencia de la selva y de sus pueblos frente a los cambios que acontecen en el mundo, la Amazonía vive en este tiempo y en este mundo nuestro de cambios fulgurantes.

El contacto entre mundos se tornó permanente. Los intercambios fluyen desde hace ya demasiado tiempo como para que sigamos pensando en esa tierra virgen y prístina de nuestros sueños redentores. Mucho sufrieron sus habitantes al son del progreso europeo y sus conquistas militares, religiosas y mercantiles. Y sin embargo, la historia de los pueblos amazónicos no se cuenta como una derrota. En el contexto de un tiempo marcado por la multiculturalidad y la democracia, siguen produciéndose discursos donde los indígenas son las víctimas del implacable paso del mundo de los blancos. Algunos argumentan la transición de los indígenas al mundo moderno como el inevitable proceso de globalización y de sus ventajas comparativas. Otros ponen de relieve la historia colonial para describir la sujeción de los pueblos indígenas al mundo occidental. Casi todos ven el paso del tiempo como el avance de un olvido de se extiende borrando las huellas de las culturas tradicionales. Casi todos, menos los propios implicados. Para la mayoría de pueblos indígenas no hay lugar para el lamento, para la mayoría, el pasado se cuenta como una narración desde el presente donde permanece solo aquello que permite la vida, que permite seguir viviendo, seguir tejiendo relaciones, seguir multiplicando su gente. Los pobladores amazónicos fueron desplazando sus aldeas desde el centro de la selva hasta las orillas de los ríos por donde circulaban otras gentes, otros objetos, otras ideas. Lo importante siempre fue apropiarse de lo ajeno para multiplicar lo propio. Y así sigue siendo. Encontramos en los barrios de ciudades amazónicas indígenas viviendo como viven los blancos. Y no obstante, ellos conocen dos mundos, y de ellos se sirven para el buen vivir. Asumen las categorías de la pobreza occidental para reclamar alcantarillados, carreteras, escuelas, etc., aunque en su poder está el vivir en la riqueza del que no necesita sino el bosque y los parientes para vivir. La ciudad ofrece un abanico de posibilidades de las que los indígenas no pueden ni quieren quedar al margen. El tránsito supone interrupciones, saltos y conflictos en el interior de cada grupo. Cada generación aprende lo que su contexto reclama, en cada generación se repite el difícil diálogo con sus ancianos, cada generación transforma lo viejo en nuevo. Y así como los cambios son inciertos, el tiempo no se detiene. Se difumina la distancia entre lo tradicional y lo moderno a favor de una nueva articulación entre necesidades y expectativas de la que depende, no la supervivencia de su cultura, sino la calidad de sus vidas. Los indígenas urbanos viven, más que nadie, la necesidad de agenciar mundos diversos.

Igual que los españoles y portugueses de más de dos siglos creían que los indios no poseían alma, los antiguos mitos nativos incorporaron a los blancos por debajo la categoría de gente. E igual que la cultura occidental se transformó, bajo los estandartes de la razón y el progreso, los mitos indígenas se transformaron para situar a los hombres no-indios como sus iguales. Es así como los indígenas pueden hoy hablar con lo extraño, como pueden tender puentes para aprovechar las riquezas de ambos mundos.


Nota
Enric Cassú es catalán y magíster en Estudios Amazónicos.


@  Proyecto The Urban Indigenous. Colombia.

lunes, 7 de marzo de 2011

Wikileaks y el zorro en el gallinero

Roger Rumrrill

Las filtraciones de Wikileaks que informan que entre el 70% y 90% de las exportaciones de caoba en el Perú tienen procedencia ilegal están aguando la fiesta de la celebraciones del Año Internacional de los Bosques en el 2011 y del Día Forestal mundial, el 21 de este mes.

Porque, al contrario de las versiones optimistas y triunfalistas de las autoridades, la tala ilegal de la caoba continúa. Una prueba irrefutable de que nada ni nadie ha podido detener hasta ahora la tala ilegal de la caoba es la carta que ha enviado recientemente la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (CITES) a la Cancillería señalando sin tapujos ni medias tintas que el Perú no ha cumplido hasta la fecha con el manejo del cupo de exportación de la caoba ni con el control de la tala ilegal de esa valiosa especie forestal, el oro rojo de la Amazonía.

A causa de este incumplimiento, el Perú está en la antesala de una declaratoria de veda denominada “comercio significativo de la caoba” que implicará que los permisos de exportación de dicha especie forestal serán evaluados y aprobados por la CITES. Esta veda tendría graves implicancias en la aplicación y ejecución del TLC con Estados Unidos.

Múltiples son las debilidades, omisiones y fallas de por qué nuestro país no puede cumplir sus compromisos pactados, desde la corrupción endémica hasta el poder de los lobbies que han capturado al Estado. Por ejemplo, la Dirección General de Forestal y Fauna Silvestre del Ministerio de Agricultura, responsable de toda la actividad forestal, está digitada por los exportadores madereros a través de ADEX.

Existen también otras fallas de fábrica en el aparato del Estado que explican la imposibilidad de construir un sistema forestal moderno, sostenible y competitivo. Marc J. Dourojeanni Ricordi, uno de nuestros mayores especialistas en el tema, en un comentario a ese denso y confuso mamotreto que se llama Ley Forestal y de Fauna Silvestre 4141 que el régimen alanista intenta promulgar sin previa consulta de los pueblos indígenas, opina que los bosques naturales deberían estar en el Ministerio del Ambiente y no en el Ministerio de Agricultura, cuyo fin es precisamente talar el bosque para la producción agraria.

“La expansión agropecuaria se hace esencialmente a costa del bosque. Es ilógico incluir los bosques naturales bajo el control de los que precisan destruirlo. Es como poner al zorro cuidando el gallinero”, ironiza Dourojeanni.
En el Perú actual, hay muchos zorros que controlan el gallinero y se comen glotonamente a la gallina de los huevos de oro de nuestras riquezas naturales.

Notas:
Roger Rumrrill García  escritor, poeta y periodista especializado en Amazonía, fecundo ensayista, nacido en la mazonía. Ha publicado 45 libros sobre Amazonía, en un abordaje múltiple desde la historia, el ensayo, la narración, el guión de cine, la poesía y el periodismo, un pensamiento lúcido y a la vez apasionado de la compleja y riquísima realidad de nuestra amazonía


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miércoles, 2 de marzo de 2011

Amazonia: Verdades que cambian

Marc Dourojeanni

1ra parte

Una serie de verdades que fueron consideradas más o menos incontestables durante muchas décadas en la Amazonia fueron progresivamente transformadas en falacias a consecuencia de contextos socioeconómicos cambiantes, de nuevos hallazgos de recursos naturales y por el desarrollo de nuevas tecnologías. Este fenómeno tuvo una fuerte aceleración durante los últimos 20 años de la historia amazónica. Es interesante discutir esas “verdades” que hasta fueron premisas sobre la Amazonia pues, durante mucho tiempo, unas sirvieron para justificar el desarrollo convencional que la ha llevado a su actual situación de descalabro ambiental y, asimismo, otras sirvieron de argumento a los que intentaron conservarla o aprovecharla de forma sostenible. Esas verdades de antaño que perdieron sustento en la actualidad no deben ser confundidas con aquellos mitos amazónicos que nunca fueron más que eso pero que, también, contribuyeron a forjar la realidad actual.

2da parte;
El 74% de la población de la Amazonia brasileña vive en las ciudades. Este porcentaje es menor en el Perú (54%) pero crece a gran velocidad y, en ambos países el crecimiento de la población urbana es mucho mayor que la rural. Es decir que son los habitantes urbanos, también en la Amazonia, los que más influencian y que finalmente toman las decisiones sobre la región a pesar de que su conocimiento de la realidad sea parcial y que, muchos de ellos, prácticamente jamás salgan de los límites urbanos. Ellos saben de la Amazonia tanto o menos que los habitantes de las capitales de los países pero, el sentido de “estar lejos” los hace tender a aceptar como deseable la construcción de más vías de comunicación y la ocupación rápida de todo el espacio y, claro, el cambio de uso de la tierra de bosques a agricultura, como en los paisajes de donde ellos son originarios. Ellos también demandan energía y, por eso son favorables a la explotación de hidrocarburos y a la construcción de grandes centrales hidroeléctricas. Más aún porque reciben beneficios financieros (canon petrolero, por ejemplo) o empleos privilegiados de esas actividades económicas.


El aumento de la población urbana es, en gran medida, fruto de la migración local. Campesinos ribereños o habitantes del bosque incluido indígenas, son atraídos a la ciudad por las supuestas o reales ventajas que ésta ofrece pero su falta de preparación los empuja a las periferias miserables de ciudades como Iquitos y Pucallpa, en Perú o de Manaos, Porto Velho y Rio Branco, en Brasil.


Marc Dourojeanni fue profesor y decano de la Facultad de Ciencias Forestales Universidad Nacional Agraria de Lima, Perú y Director General de Bosques país. En la actualidad es Presidente de la Fundación Pro Naturaleza.


Fuente: Eco amazonía