viernes, 28 de junio de 2013

Sobre el desarrollo: Cuando la palabra significa otra cosa


Alberto Chirif

 El discurso del desarrollo, entendido como progreso siempre creciente de la sociedad, tiene una escasa profundidad histórica. En un excelente artículo, llamado justamente “Desarrollo”, Gustavo Esteva (1996: 52-78) señala cómo, entre mediados del siglo XVIII y del XIX, el concepto de “desarrollo evolucionó de una noción de transformación que supone un avance hacia la forma apropiada de ser, a una concepción de cambio que implica encaminarse hacia una forma cada vez más perfecta”. Añade el autor que en ese “periodo, evolución y desarrollo llegaron a emplearse como términos intercambiables entre los científicos” (Ibíd.: 55). Y en esto radica el meollo del problema: la evolución así concebida debe ser un proceso que lleve a situaciones cada vez más perfectas y el desarrollo también. Engels completó esta idea cuando, trasladando las ideas de la evolución biológica al campo social, estableció las etapas del tránsito obligado de todas las sociedades, las cuales, partiendo del salvajismo, debían pasar por la barbarie y alcanzar finalmente la civilización. Es curioso cómo los más acérrimos anticomunistas y los más convencidos católicos han asumido esta tesis sin cuestionarse su origen.


 Es a inicios del siglo XX, con el afianzamiento cada vez mayor de la sociedad industrial, del capitalismo y de la ciencia tal como hoy la conocemos, y, sobre todo, después de la Segunda Guerra Mundial cuando se configuran las características que deben regir las relaciones entre los países del mundo, que la noción de desarrollo cobra gran importancia. El desarrollo queda así marcado por la forma que le imprime un país determinado, los Estados Unidos, que logra que su modelo se convierta en objeto de deseo general. Su trabajo posterior sería entonces conseguir que la vehemencia por poseerlo fuese mundial.

 Antes de ese tiempo no se hablaba de desarrollo. Los misioneros de los siglos XVII y XVIII no conocieron ni intentaron nada parecido al desarrollo de los indígenas. Lo suyo era la evangelización, la conquista espiritual, como la calificaron, aunque ella en muchos casos lo fue también material, en la medida que junto a los sacerdotes (en especial en los casos de la sierra y de la costa), se establecieron encomenderos y autoridades diversas que se apropiaron de la fuerza de trabajo de los indígenas. En ese proceso de evangelización, los misioneros realizaron cambios que tuvieron drásticas consecuencias en el estilo de vida y el bienestar de las sociedades indígenas. El principal de ellos fue la fundación de reducciones, esas Babeles en las que las culturas y las lenguas se confundieron y las gentes quedaron desorientadas por falta de referentes sociales para organizar sus vidas en condiciones desconocidas.

 Pero el cambio más drástico producido por las reducciones fue el reasentamiento en ambientes ribereños de indígenas acostumbradas a habitar en espacios interfluviales. Este hecho abrió un proceso que continúa hasta nuestros días, cuando de ribereños de cursos fluviales, muchos asentamientos se han convertido en orilleros de carreteras. Se trata de un cambio grave porque implica, a la vez, una fuerte presión sobre áreas reducidas y el abandono de zonas interiores del monte, lo que ha tenido severas consecuencias para la buena gestión del territorio y el bienestar de la gente. 
   
Los caucheros del cambio de siglo XIX-XX tampoco especularon sobre el desarrollo. Lo suyo, decían, en lo que corresponde a su relación con los indígenas, era un tema de civilización. No es casual que ya por entonces las ideas de Engels al respecto fueran bien conocidas.

 Si en algo se parecen los caucheros civilizadores a los agentes desarrollistas actuales es que las acciones de ambos producen justamente lo contrario de lo que sus discursos anuncian. ¿Qué tiene que ver con la civilización bien entendida las masacres, violaciones y torturas cometidas contra la población indígena, y esto sin referirme a los métodos destructivos de la naturaleza para hacerse de las gomas silvestres que, en el caso del caucho (es decir, de la Castilloa ulei) implicaba la tala del árbol? ¿O qué tiene que ver con los beneficios que anuncia el desarrollo, la contaminación de las personas y de su medio ambiente, el retroceso cada vez mayor de la calidad de servicios sociales, como los de educación y salud, y, en fin, la alteración de condiciones de vida satisfactorias a cambio de nada? Por más que lo pienso, en ninguno de los dos casos he podido encontrar la relación. 

 No puedo decir lo mismo respecto a los misioneros, no porque esté de acuerdo con lo que hicieron sino porque, en los casos que no actuaron como monaguillos del poder político y económico, no se les puede acusar de haber lucrado con discursos deliberadamente falsos. No obstante, las tres fuerzas, misioneros, caucheros y agentes del desarrollo, tienen en común la responsabilidad de haber generado aquello que los economistas llaman “externalidades”, término que, a pesar de su aparente inocencia, encubre realidades atroces: en el caso de los misioneros, las epidemias que diezmaron a las poblaciones indígenas; de los caucheros, las torturas y asesinatos deliberados; y de los agentes del desarrollo (Estado, empresas, entidades financieras internacionales), el deterioro de la vida de la gente y la contaminación de su salud y hábitat. 

 La otra pregunta que hay que hacer en este momento es si desarrollo significa algo para los pueblos indígenas. En una notable reflexión, Carlos Viteri se pregunta si existe el concepto de desarrollo en las cosmovisiones indígenas. Su conclusión es que en ellas no existe “la concepción de un proceso lineal de la vida que establezca un estado anterior o posterior, a saber, de subdesarrollo y desarrollo; dicotomía por los [sic: la] que deben transitar las personas para la consecución de bienestar, como ocurre en  el mundo occidental”. Añade que tampoco existen en esas cosmovisiones “conceptos de  riqueza y pobreza determinados por la acumulación y carencia de bienes materiales”. En cambio, agrega, los pueblos indígenas tienen una visión holística acerca de lo que debe ser el objetivo de los esfuerzos humanos, que es “buscar y crear las condiciones materiales y espirituales para construir y  mantener el  'buen  vivir', que se define también como 'vida armónica', que en idiomas como el runa shimi (quichua) se define como el 'alli káusai' o 'súmac  káusai'” (Viteri, 2012).

 En la misma línea de lo que plantea Viteri, quiero señalar que durante un taller en la comunidad de Pucaurquillo (río Ampiacu, bajo Amazonas, Loreto), realizado hace unos años, pregunté a personas de cuatro identidades indígenas diferentes qué significaba para ellos pobreza. Solo una de las personas señaló que ser pobre era “no tener recursos económicos”. La pregunta que debí hacerle en ese momento es qué entendía por tales recursos. De las demás, ninguna aludió a dinero o a bienes de mercado, sino más bien a relaciones y a actividades propias: no tener parientes, no tener relaciones sociales, no tener chacra, alguien sin cultura, no tener conocimiento ni educación, ser minusválido o mutilado (exactamente: “que no tiene extremidades”) y ser ciego. 

 Por las dos consideraciones expuestas, como son la escasa profundidad histórica del discurso del desarrollo y la ausencia del concepto de desarrollo en los pueblos indígenas, es que ahora le daré un giro al tema de la presente mesa titulada “Autonomía y desarrollo en las historias de los pueblos amazónicos”, para entrar más bien a analizar qué es lo que hay detrás del concepto y cuáles han sido las consecuencias de las políticas de desarrollo para los pueblos indígenas.

 Analizando la palabra
 La palabra en general está en un franco proceso de desvalorización. Muchos políticos no cumplen lo que ofrecen o señalan que lo que hacen es justamente lo que habían prometido por más que la realidad demuestre todo lo contrario a quienes aún les quedan ojos para ver y decencia para evaluar. Otros declaran, sin el más mínimo temblor de voz, que una cosa son las ofertas de pretendiente y otra las realidades de ejecutante.
 El carácter puramente convencional que se le atribuye a las palabras parece haberse ahora trasladado al terreno de las ideas, y así como se considera que el término para llamar, por ejemplo, a una mesa pudo haber sido otro, así se piensa -o al menos, se actúa como si así se pensase- que las ideas expresadas a través de una palabra pueden ser contrarias a los contenidos que en un momento constituían su significado. De este modo, palabras como igualdad o democracia pueden, en la práctica, significar algo muy diferente a lo que indica su semántica.

 Entre las palabras que más me impresionan por la distancia que su uso arbitrario ha ido estableciendo respecto a su significado están patriotismo y su correspondiente local regionalismo. Con frecuencia vemos cómo los que más cantan el himno nacional e inflaman sus bocas con discursos de amor a la tierra natal, mano al pecho incluida, son los que más saquean las arcas nacionales y regionales, dejando al país sin recursos para invertir en obras de infraestructura, y en servicios de salud, educación y promoción económica destinados a lo que constituye el bien más valioso de un país: su gente. El maltrato, la burla, el escarnio hecho contra esa misma gente por quienes ocupan puestos de poder nos pone nuevamente frente a la distancia que separa la palabra patriotismo de la realidad. La referencia a los ciudadanos de segunda, tercera y demás categorías inferiores no es solamente producto del dislate de un ex presidente, sino expresión de una práctica común en la que el peso específico de la palabra “derecho” es diferente para los que son cercanos al poder que para los que están alejados de él.  

 Otra de esas palabras que cada vez marca mayor distancia respecto a la realidad es sin duda “desarrollo”. ¿Qué significa esta palabra? El DRAE consigna siete acepciones. La última de ellas está relacionada con el contenido que le atribuye la política: “Progresar, crecer económica, social, cultural o políticamente las comunidades humanas”. Esta acepción junto con otras dos está precedida de la abreviatura fig., que indica que se trata de un significado figurado, lo que resulta interesante y tal vez explicativo de la escasa correspondencia del término con la realidad.

Sin embargo, ninguna de las acepciones de la palabra contempla las posibilidades, lamentablemente reales, que se hacen cada vez más explícitas en las prácticas relacionadas con el desarrollo. Mencionaré algunas. Comienzo por decir que el desarrollo no beneficia a todos por igual. Claro que esto tiene muchas variantes dependiendo del país en que se sitúe el análisis. En los Estados Unidos, por ejemplo, según un informe anual realizado para Merrill Lynch (Brooks, 2011) en 2011, 3.1 millones de personas, que representan el 1% del total de su población, concentran el 25% del ingreso nacional del país. Esto quiere decir que 300 millones de estadounidenses se reparten el 75% restante de dicho ingreso. Y aunque es verdad que la plusvalía acumulada por ese país permite que gran parte de este porcentaje de población viva en condiciones de bonanza más que suficientes, la escala descendente deja muy mal parados a muchos millones que no reciben nada de la torta o apenas recogen las migajas que caen de la mesa. En otras palabras, el “chorreo” es cada vez más débil para los que están más alejados de la fuente.
 No dispongo de datos estadísticos sobre el Perú, pero teniendo en cuenta que su capacidad de acumular plusvalía es notablemente menor que la de los Estados Unidos, a causa de su economía basada en el modelo primario exportador, el “chorreo”, que con frecuencia se convierte en “choreo”, alcanza a un porcentaje muy reducido de la población. Y lo que es peor, se destruyen economías locales que si bien no otorgaban estatus de ricos a sus actores, les permitían gozar del beneficio de bienes y servicios, y de lo que es tan importante como esto, de capacidad de controlar sus conflictos para tener como resultado una cierta armonía de vida. Este conjunto de características seguramente no encaje dentro de lo que hoy se entiende como desarrollo o incluso, luego de la aplicación de los indicadores de pobreza acuñados por el Estado y organismos internacionales, lleve a la calificar de muy pobres a estos sectores sociales.  

 No solo entonces se está frente al hecho de que el desarrollo, tal como está concebido, no beneficia a todos, sino que se constata que en el Perú y muchos países similares, los que manejan menor porcentaje de poder son los que pagan el precio del desarrollo de aquellos que de antemano tienen una mayor cuota de este. Así, frente al embate de industrias mineras, de hidrocarburos y forestales son ellos los que deben ceder sus derechos para permitir el robustecimiento de empresas ricas y casi siempre extranjeras. Entre ellos encontramos actores también diferentes, desde medianos agricultores de Piura, exitosos exportadores de mangos, pasando por productores de pan llevar de Cajamarca y otras regiones que alimentan a las ciudades, hasta población indígena que maneja una concepción más integral de una economía inmersa en relaciones de reciprocidad, aunque también genera excedentes que destina al mercado y usa sus recursos para adquirir los bienes de mercado que necesita. A cambio, estos actores ni se benefician de las rentas generadas por las industrias extractivas, ni reciben indemnización alguna y ni siquiera un pedido formal de disculpa por los perjuicios que se les causan. Más bien son amonestados desde el púlpito severo de la ley por resistir el desarrollo, con el argumento de que sectores insignificantes no pueden oponerse al bienestar de 30 millones de peruanos. Se les califica de retardatarios opuestos al progreso y de terroristas encubiertos que buscan destruir las bases de la sociedad. La retribución, si así se le puede llamar, que ellos reciben son tierras y territorios expropiados en la práctica, por más que en la formalidad de la ley les sigan perteneciendo; ríos y demás cuerpos de agua contaminados; una salud destruida por acumulación de metales pesados, humos de fundación y escasez de alimentos; y un tejido social destruido.

 Cuando desde el poder se lanzan eslogan impresionantes pero poco consistentes como aquel que dice que pequeños sectores sociales no pueden poner en riesgo a 30 millones de peruanos, se está tratando de confrontar la situación real de un sector que es o va a ser afectado por un proyecto extractivo, con el beneficio figurado del conjunto de la población del país, cuya voz es tomada por los políticos sin haberles preguntado cuál es su opinión acerca del tema. De haberlo hecho, un gran porcentaje de ella habría señalado, de una u otra manera, la falacia del argumento. Por ejemplo, los maestros y los policías, ambos con sueldos de hambre. Los estudiantes de universidades públicas, por su parte, se quejarían del recorte de las asignaciones del Tesoro, indicando que esto es la causa de la caída de la calidad de la educación. Lo mismo harían los escolares, en especial los de escuelas rurales, al darse cuenta que la formación que han recibido no les permite acceder a la educación superior. También desmentirían ese tipo de propaganda los usuarios de los servicios de salud pública y los médicos que trabajan en ese sector. En fin, esos 30 millones que supuestamente aplauden las inversiones promovidas por el Estado quedarían reducidos a una cifra que no quiero imaginar para no caer en la misma falacia que ahora cuestiono. Y entonces, los grupos de gente que protestan por afectación directa -indígenas, campesinos y también población urbana cuyas fuentes de agua serán afectadas por actividades petroleras, como es el caso de Iquitos ya que se pretende explotar petróleo en la cuenca del Nanay- serían sustancialmente reforzados por millones de personas afectadas indirectamente por las políticas extractivas del Estado o, en todo caso, no beneficiadas por ellas.

 Final
 Cuando se califica a la gente que se opone a las políticas extractivas del Estado como refractaria al desarrollo, el punto central es analizar qué se entiende por desarrollo y quiénes son los beneficiarios de esta manera de concebirlo que produce mucho dinero para unos y deja en condición de miseria a quienes habitan en las zonas donde se genera la riqueza. A estos solo les tocan las famosas externalidades. Y aunque ya he dado suficientes pistas al respecto, quiero aún insistir en este asunto.

 De acuerdo al “índice de desarrollo humano” (PNUD, 2006), los distritos de Trompeteros, Pastaza, Urarinas y Andoas, ubicados todos en Loreto y en la zona más antigua de explotación petrolera en la región amazónica (42 años), figuran en el último quintil de pobreza. Andoas, que es uno de los que produce más petróleo en Loreto, se sitúa en el lugar 1801 de pobreza, a solo 31 puestos antes del último de todo el país. Una situación similar enfrentan otras regiones. Según el INEI: “los distritos más pobres de la región Puno son aquellos donde se explota algún mineral. Son los casos de Pichacani-Laraqueri donde de acuerdo a su medición el 82,7% de sus pobladores son pobres y 37,8% están en pobreza extrema; o de San Antonio de Esquilache, distrito en el cual la pobreza es de 87,2% y la pobreza extrema 49,9%” (INEI 2009b).

 Opino, sin embargo, que estos índices no toman en cuenta algunos indicadores que, de ser considerados, darían una visión más cabal de la pobreza, no solo de la población local, sino de la que se va generando en el patrimonio nacional y las consecuencias que esto tendrá para el país una vez que haya pasado la euforia del crecimiento del 6% anual, basado sobre todo en la venta de recursos naturales no renovables. Recién entonces tal vez nos demos cuenta que la mala inversión del dinero conseguido no ha ayudado a construir ciudadanía y que hemos sido colaboradores en la generación de la crisis global de un sistema fundado en el supuesto absurdo de una naturaleza inagotable. En suma, si los índices de medición de la pobreza tuvieran en cuenta la contaminación, y los de desarrollo la sanidad y buen estado del medio ambiente, se tendría una visión integral acerca de la verdadera pobreza de la gente y de la responsabilidad de las industrias extractivas contaminantes en su generación, al destruir los medios de vida de las personas y afectar su salud.

 He revisado mi memoria para tratar de encontrar en ella siquiera un proyecto de los calificados de desarrollo que haya beneficiado a la población indígena, y lamentablemente no he encontrado ninguno. Por el contrario, constato el deterioro de estilos de vida que si bien no expresaban riqueza sí calificaban de estrategias de satisfacción plena de las aspiraciones sociales. Y constato también la destrucción del medio ambiente y la generación de actividades ilegales generadoras de violencia. Es bien conocido lo del oro en Madre de Dios, cuya responsabilidad principal le corresponde a un Estado que por más de 50 años ha dejado que las cosas sucedan a su ritmo y de acuerdo a los intereses y voluntad de cada quien. Menos conocido son tal vez los efectos de la Carretera Marginal en la zona del Pichis-Palcazu que ha significado la inútil destrucción del bosque y la masiva expansión de los cultivos de coca y del narcotráfico.   

 ¿Hay algo que pueda hacerse para superar esta situación? Claro que lo hay, y mucho. Lo primero es fundar las políticas de inclusión en el reconocimiento de derechos y no, como hasta ahora se hace, en gestos de caridad. Dentro de los derechos, hay uno fundamental que es la consulta previa para lograr el consentimiento por parte de la población indígena que será afectada por iniciativas y políticas estatales. Se trata de un derecho cuyo pleno ejercicio permitirá la construcción de una verdadera democracia, en la cual las políticas respondan al bien común. Por el momento, sin embargo, el Estado lo considera solo un trámite que debe ser realizado con el mismo desagrado con que un paciente bebe un medicamento amargo.

No obstante, hay algunas experiencias que merecen ser conocidas y atendidas, ejecutadas, a veces, por las propias organizaciones indígenas, y, otras, por ONG que no hacen mucha bulla. Es el caso de iniciativas que han partido de lo que la gente sabe y practica para, a partir de ahí, recuperar sistemas de control social sobre el uso de recursos comunes, introducir cultivos y crianzas de especies que antes se daban de manera natural, y desarrollar tecnologías al alcance de las finanzas de la gente para darle valor agregado a productos del monte y a creaciones artesanales. En la base de todo esto está una estrategia central en la cual el desarrollo que hoy se impulsa no cree y desprecia: la seguridad alimentaria.

Escuchar y recoger la experiencia y conocimientos de la población, e insertarse en su propia dinámica para desde ahí construir con ella una estrategia orientada hacia mejores condiciones de vida, y lo que es tan importante como esto, aprender de los errores del pasado, son, creo yo, condiciones de base indispensables para superar las visiones autoritarias actuales que no solo no superan la pobreza sino que la generan.

Referencias desarrollo

Brooks, David

Esteva, Gustavo
1996 “Desarrollo”, en Sachs, Walter (ed), Diccionario del desarrollo. Pratec. Lima, pp.: 52-78.

INEI
2009b «Conozca a los más y menos pobres del Perú». Nuevo mapa de pobreza 2009. Instituto Nacional de Estadística e informática.

PNUD
2006 Informe sobre desarrollo humano / Perú 2006. Lima: PNUD.

Viteri, Carlos
 “Visión indígena del desarrollo en la Amazonía”, Polis [En línea], 3 | 2002, Puesto en línea el 19 noviembre 2012. URL :http://polis.revues.org/7678 ; DOI : 10.4000/polis.7678

Nota

[1] Este texto fue presentado en el conversatorio Realidad, desarrollo y autonomía de los pueblos amazónicos: abrazando peruanidad, organizado por el Congreso de la República, y realizado los días 13 y 14 de mayo, en el hemiciclo Raúl Porras Barrenechea del Palacio legislativo.

lunes, 17 de junio de 2013

Napo. Después del derrame de petróleo…

Después del derrame de petróleo… CONVIENE SEGUIR ACOMPAÑANDO A LOS PUEBLOS


Por Roberto Carrasco, OMI



El derrame de crudo de petróleo se registró en el kilómetro 82 vía Quito - Lago Agrio, sector del volcán activo El Reventador. 

Según Petroecuador, como consecuencia de fuertes lluvias en la zona los días 30 y 31 de mayo, se registró un deslizamiento el último día de mayo. Un deslizamiento que ocasionó que se rompieran aproximadamente unos 140 m. de tubería que pertenecen al Sistema del Oleoducto Transecuatoriano (SOTE), o sea cerca de unos 12 mil barriles de crudo que llegaron al río Coca para luego llegar al río Napo ubicados en el cantón Francisco de Orellana, en plena amazonía ecuatoriana. Es bueno saber que el río Napo es el río más grande y navegable de la república del Ecuador. Solo el año 2012 este sistema bombeó 352,740 barriles por día (b/d). Este conecta los pozos de la Amazonía Ecuatoriana con un puerto en el Océano Pacífico.

El derrame de crudo de petróleo trajo para los pobladores de la ciudad de El Coca y los pobladores de las riberas de los ríos Coca y Napo terribles consecuencias: desabastecimiento de agua potable en toda la ciudad de El Coca, contaminación de las aguas, vida animal y/o vegetal de los dos ríos, según los testigos “la mancha que contiene el aceite y otras sustancias del petróleo, que son arrastradas por el agua, abarca una extensión de 60 kilómetros en el río Coca. Pero en total, por lo observado desde el aire, calculamos que  alcanzaría una longitud de entre 240 y 300 kilómetros por todo el río Napo ecuatoriano”, contaminando los aires y por ende toda vida humana presente en ese trayecto.

El derrame de crudo de petróleo ¿qué consecuencias traería al Perú? Según los pobladores que habitan la cuenca del Napo – con quienes hemos dialogado días después del derrame - por el lado peruano desde la localidad de Pantoja hasta Angoteros, por un lado, y desde Nuevo Cajamarca hasta San Jorge por el otro lado del Napo peruano, las consecuencias serían terribles: LA CONTAMINACIÓN DEL RÍO NAPO Y POR ENDE DE TODA LA VIDA EN SU CONJUNTO.

El derrame de crudo de petróleo, por segunda vez en 30 años, no puede ser minimizado ni oculto en el lado peruano. La población del Perú tiene el derecho a ser atendida en su totalidad. Los napurunas peruanos exigen que el estado peruano haga justicia, conforme lo manifiestan las dos federaciones más antiguas de la cuenca.

El derrame del crudo de petróleo que ingresó realmente al Perú no puede ser negado ni soslayado. El estado brilló por su ausencia una vez más como lo viene haciendo por siglos en esta parte de la amazonía y frontera. Da la impresión que el estado llega sólo cuando la empresa petrolera lo moviliza. Así parece cuando vemos ahora estos pequeños intentos de acercarse del buque tópico de la Armada Peruana. Buque que a propósito una vez más fue presentado a la prensa en plena coyuntura del derrame por parte del presidente Ollanta Humala cuando visitó la localidad de Mazán este sábado 08 de junio.

¿Qué le costó al presidente Ollanta Humala viajar a la zona y dialogar con la población peruana si estaba muy cerca, más aún en pleno río Napo, en la parte baja?, ¿será que sus asesores que muy bien escuchan a los petroleros que trabajan en el Napo peruano recomendaron no era oportuno la presencia del presidente hasta que salgan “los resultados de los estudios de las aguas” tomadas por “algunas autoridades” que se hicieron presentes en Pantoja para engañar al pueblo peruano que el lado peruano no estaba siendo afectado?

Es bueno cuestionar a quienes dicen “nos gobiernan”. Es bueno hacerles recordar que mientras en Ecuador y Brasil las medidas se tomaron a los días del derrame, aquí en Perú, de la manera más patética se mal informa que las aguas del río Napo peruano no presentan presencia de crudo. Tenemos que ir pensando en la posibilidad de una DEMANDA contra el estado ecuatoriano por las consecuencias que traería el derrame en especial, en la vida de las comunidades indígenas afectadas.

Como dije en un momento a algunas amistades que se unieron a esta preocupación: TENEMOS QUE SEGUIR ACOMPAÑANDO A LOS PUEBLOS. Nos toca esta gran tarea. Ni el derrame de crudo de petróleo, ni la química vertida al río podrán ocultar lo que realmente sucedió: UNA TRAGEDIA ECOLÓGICA CON RESPONSABLES DIRECTOS Y CON NOMBRE PROPIOS.

domingo, 2 de junio de 2013

Los pioneros del Manu: 40 años después




 Por Wilfredo Pérez Ruiz
El 5 de junio se cumplen cuatro décadas de la creación del afamado Parque Nacional del Manu. Uno de los refugios naturales más atractivos y admirables de la región que sigue concitando la intensa atracción de la comunidad científica mundial.

He querido compartir esta nota -después de una investigación durante la que he tomado contacto con los verdaderos autores que impulsaron la fundación del Parque Nacional del Manú- con el propósito de dar a conocer los entretelones y personajes involucrados en la gestación esta singular área protegida. Este es un homenaje al puñado de conservacionistas que participación en esta hazaña.


Manu Parque



En 1963, cuando el conservacionista peruano Felipe Benavides Barreda (1917 – 1991) estaba de visita en el Museo de Historia Natural de Smithsonian (Washington) admiró el conjunto de dioramas representativo de las aves de nuestra selva. Su amigo, el secretario del Smithsonian, Dillon Ripley le informó que el responsable era el taxidermista y ornitólogo cusqueño Celestino Kalinowski Villamonte.

Celestino estudió en los laboratorios del departamento de Zoología del Museo de Historia Natural de Chicago. Descubrió en la región de Marcapata (1950) un carapacho desconocido hasta aquella fecha que, actualmente, se denomina en su honor “Drymaeus Coelestini”. Siempre fue reconocido por la calidad de sus trabajos.

Kalinowski –quien vivía 28 años en la zona del Manú- se reunió en 1965 con el presidente del Patronato de Parques Nacionales y Zonales (Parnaz), Benavides, a quien señaló la importancia de prohibir la entrada al Manú. Tenía información que madereros, buscadores de oro y cazadores, principiaban a ingresar y, además, aseguró que era un lugar único en nuestra amazonia y que, por lo difícil de su acceso, mantenía intactos sus ecosistemas.

Tiempo más tarde, en comunicación del 6 de enero de 1967, Kalinowski señaló a Felipe: “Siempre, en el manifestado deseo de brindar mi máxima colaboración me permito sugerir que a la brevedad posible se disponga la medida proteccionista de declarar ZONA RESERVADA, toda la Hoyada del Manú, que con absoluta seguridad constituye la única zona en la que todavía exista la fauna y flora casi intacta o virgen, con tal medida, se iniciaría la formación de los Parques Nacionales que lamentablemente no han sido ni creados, ni realmente valorizados. La urgencia manifestada, viene motivada por la presencia en la región referida, de grupos de estudio para la explotación de madera. Los posibles linderos de la Zona Reservada, serían los que comprendan desde la quebrada de Juárez, con todos los afluentes que forman el río Manú desde sus nacientes; y, por la Cordillera, hasta llegar a TRES CRUCES”.

Este taxidermista -para constatar lo señalado en su epístola- invitó al prestigioso biólogo británico Ian Grimwood a visitar el Manú y presentar un informe al presidente del Parnaz y al director del Servicio Forestal y de Caza del ministerio de Agricultura, Flavio Bazán Peralta. En su estudio Grimwood escribe emocionado: “...la cuenca del Manú, es una de las pocas localidades en el Perú que da oportunidad de observar la vida silvestre en su estado natural en toda su magnitud”. En su escrito enfatiza la ventaja del Manú, sobre otras regiones de la selva y la sierra, por conservar todavía poblaciones numerosas del lagarto negro, lobo de río, charapa o tortuga de río, taruca, oso de anteojos, entre los recursos andinos y sub-tropicales.

En mérito a esta investigación se expidió, el 7 de marzo de 1968, el decreto reservando un área de 1`400.000 hectáreas en la cuenca del río Manú, comprendiendo los departamentos del Cusco y Madre de Dios, para el futuro parque nacional. Seguidamente, se nombró una comisión integrada por representantes del Servicio Forestal y de Caza, la Oficina Nacional de Evaluación de Recursos Naturales (ONERN) y la dirección de Colonización, a fin de presentar un proyecto sobre sus futuros límites definitivos.

A partir de las tratativas iniciadas por el presidente del Parnaz ante el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), se recibió la primera donación proveniente de una colecta entre la niñez realizada en Gran Bretaña ascendente a 100 mil soles. El Parnaz contribuyó ese año con igual ayuda económica. En julio de 1967, la filial americana del WWF envió una colaboración de 4,620 dólares y el vice-presidente del WWF Internacional, Lukas Hoffmann, llegó al Perú con el propósito de ofrecer su cooperación.

El 5 de junio de 1973 se concreta el Parque Nacional del Manú -mediante D.S. Nro. 644-73-AG- comprendiendo una extensión de 1`532.806 hectáreas entre los 200 hasta los 4,800 m.s.n.m. De esta manera, se creaba el parque nacional de bosque húmedo más grande del mundo y el noveno en extensión.

Parte de su enorme potencial ecológico lo constituyen aves, reptiles, mamíferos y batracios. Sólo en una extensión de 200 hectáreas fueron identificadas 468 variedades de aves; además, de encontrar nueve especies de primates, así como pumas, caimanes, gallito de las rocas, venado de cola blanca y capibara. En su interior habitan numerosos nativos de las comunidades machiguenga, yaminahuas y amahuacas.

Para impulsar el desarrollo de esta área natural la Sociedad Zoológica de Frankfurt -a través de la Asociación Pro-Defensa de la Naturaleza (Prodena), cuyo director ejecutivo era Augusto Urrutia Prugue- entregó 25 mil dólares por concepto de equipos. Por su parte, la Unión Mundial para la Naturaleza (UICN) y el WWF participaron con ayuda técnica y económica para la preparación de su Plan Maestro.

Gracias a la Asociación Prodena se orientó la administración, organización y capacitación de guardaparques, gestionándose partidas presupuestales para lograr un adecuado manejo del área. Esta entidad entregó una red de comunicaciones para la implementación de las estaciones de Akanaco, Pakitsa, Bocamanú y una estación móvil, en Madre de Dios, ascendiendo la donación a casi un millón de soles.

Nuevamente, el interés por conocer este parque se manifiesta cuando un grupo de destacados científicos vinieron a nuestro país en 1975. La delegación la integraban Thomas E. Lovejoy, director científico del WWF de los Estados Unidos, Ann La Bastille, ganadora de la medalla de oro del WWF -por haber salvado a la famosa ave guatemanteca Quetzal- y George Woodwel. Fue imposibilitado el viaje del famoso astronauta Nils Armstrong, quien también estaba invitado. El recorrido -organizado por Felipe Benavides- llevó a los expertos hasta los límites del parque con el afán de tener contacto con las colectividades indígenas.

La Bastille escribió para la famosa revista Audebaun el primer artículo publicado en los Estados Unidos sobre el Manú. Allí recoge las palabras de Benavides: “Será en el futuro este lugar maltratado por las invasiones de científicos, turistas y negociantes de la conservación y nunca más podrán volver a apreciar lo que hoy día admiramos”.

La inspiración de Celestino Kalinowski continúa mereciendo la expectativa internacional. Diversas revistas europeas han dedicado ediciones enteras a este recóndito paraíso silvestre. El conocido cineasta y biólogo británico Tony Morrison, produjo la película “A park in Perú” (“Los parques en el Perú”), seleccionada entre las cuatro mejores para exhibirse en la Segunda Conferencia Mundial de la Naturaleza. Esta producción –dos veces transmitida por la televisión británica y promovida por la BBC de Londres- muestra la variada cantidad de especies del Manú. Así también, incluye vistas del emblemático gallito de las rocas.

En nuestro medio la historia suele con frecuencia ser olvidada o distorsionada. “El pueblo tiene una picota para quien le miente, pero también, para quien no le dice la verdad a tiempo”, afirmó el político y pensador cubano José Martí. Los peruanos debemos conocer, apreciar y valorar a los auténticos promotores de tan maravilloso escenario natural que contribuye –por su esplendor y biodiversidad- a afianzar nuestro orgullo e identidad nacional. 

Nota

Wilfredo Pérez Ruiz realizó estudios de Administración de Empresas en el Instituto Peruano de Administración de Empresas (IPAE) y una especialización en Ciencias Políticas en la Universidad Inca Garcilaso de la Vega. Además, cuenta con un diplomado en Relaciones Públicas en la Escuela Jaime Buasate y Mesa. Asimismo, ha seguido capacitaciones en Relaciones Públicas, Comunicación Corporativa, Imagen Institucional, Organización de Eventos y Etiqueta Profesional en la Universidad San Martín de Porres, la Pontifícia Universidad Católica del Perú y el Instituto Frieda Holler.

Incursionó en la actividad periodística en la página editorial del diario “Hoy” (1985). Ha trabajado siempre temas relacionados con la conservación de los recursos naturales en revistas nacionales y extranjeras. 

sábado, 1 de junio de 2013

Tres puntos sobre las poblaciones indígenas amazónicas


Conversamos con la Dra. Frederica Barclay, antropóloga y especialista en Poblaciones Indígenas Amazónicas y docente de la Maestría en Altos Estudios Amazónicos a propósito del Día de las Internacional de los Pueblos Indígenas para definir algunos conceptos.

1. Organización indígena

Uno de los puntos que han mencionado varias veces los representantes del Estado y del que se ha hecho especial hincapié en el Informe de la Comisión Lombardi sobre el Baguazo y las poblaciones awajún es que la organización indígena es difícil, frágil y difusa. ¿cómo entender estos calificativos?
Las comunidades indígenas amazónicas son en su mayoría pueblos que no han tenido una tradición estatal, lo que hace difícil que encontremos en ellos una organización como la que entendemos nosotros. El caso de las organizaciones como AIDESEP son ejemplos más bien recientes. Durante siglos, los pueblos indígenas han tenido líderes locales familiares, líderes que surgían durante épocas de conflicto o apus a quienes se les podía dejar de seguir cuando se daban cuenta de que sus estrategias no estaban trayendo los resultados que querían. Durante el período de crisis como sucedió en Bagua, esos líderes tiene un mandato específico. Si es que los representantes sienten que sus voceros no están cumpliendo bien su papel, simplemente le quitan su respaldo. Para el Estado sería más fácil si se tratara de alguien visible que sea siempre el representante de los pueblos, pero esa no es la realidad de las comunidades. En la crisis de Bagua, el líder Alberto Pizango, sabía que no podía tomar más decisiones sobre otros temas que no sean las que sus bases le habían permitido.
Si bien es cierto que, actualmente, existe cierto quiebre dentro de las organizaciones indígenas amazónicas, se debe básicamente a las empresas petroleras que han dividido al infinito a las organizaciones. Usualmente la empresa encuentra a alguien que tenga algún tipo de resentimiento con respecto de la organización, se le acercan y le ofrecen una beca o dinero. Luego lo nombran interlocutor de la empresa con la comunidad escindiéndose de la organización. El problema se complica cuando la empresa siente que ese “interlocutor” se les pone caprichoso y buscan un nuevo “interlocutor” más leal, finalmente se les va de las manos. A eso debemos sumarle que existe gente que se aprovecha y quiere hacer su trato con la empresa por su cuenta, entonces tenemos varias organizaciones separadas haciendo muy difícil la negociación. En buena parte de las zonas petroleras se ha visto organizaciones paralelas que pronto tendrán problemas con sus comunidades de origen.

2. Poblaciones no contactadas

¿Qué son las poblaciones no contactadas? ¿Se trata de grupos que nunca han conocido la cultura occidental? La ley hace una descripción de la situación. Se trata de gente que no está bajo el ordenamiento legal. Las historias sobre ellos son diversas. En el Perú, por ejemplo, muchos de estos grupos indígenas estuvieron muy cerca durante la época del caucho y fueron afectados por la fiebre que llevó a cientos de personas a explotar ese material. Cuando los patrones se fueron debido a que el precio internacional bajó, encontraron las condiciones para liberarse y alejarse de los centros donde continuaron sus vidas buscando alejarse de los avances de otros grupos. Hay algunos otros indígenas que no han tenido esta experiencia sino que más bien han sido parte de otras etnias más grandes que se han tenido que separar por alguna razón, tal vez la violencia de los intentos colonizadores o la presión sobre sus territorios de los grupos hegemónicos.
Ellos están en sus territorios antes de que todos los demás llegaran. El reclamo de autonomía se ha utilizado siempre para decir que se trata de grupos manipulados por entes extranjeros o partidos políticos. Durante la guerra con el Ecuador servía para decir cosas como que los indígenas eran manipulados por los ecuatorianos y como ahora ya no se puede echar la culpa a los gobiernos vecinos se apela al sentido de lo nacional. Hay maneras de encontrar caminos que sean aceptables para los pueblos indígenas.
Eso no significa que no tengan contacto con otros pueblos indígenas con los que efectivamente comercian y se relacionan. De ellos obtienen herramientas, noticias y una cierta protección. sé que en la reserva indígena Nahua Kugapakori los Nanti que aceptaron reducirse a dos poblados tienen un contacto regular con otros Nanti que no quieren contacto por miedo a las epidemias. Se sabe que hay un intercambio de herramientas y utensilios como ollas que son provistas por Pluspetrol y otro tipo de productos. Una vez que te ponen una escuela y obligan, por ley, que todo niño tiene que ir a la escuela, te modifican la vida, ya no puedes ir a pescar un día jueves en la mañana en el mes de agosto porque es tiempo de clases.

3. Familias y grupos

El INEI ha registrado, en su Censo del año 2007, 13 familias lingüísticas y 60 etnias. Son 1786 comunidades indígenas. Loreto, Ucayali, Amazonas y Junín son los departamentos con mayor cantidad de población indígena. Estas familias son: Arahuaca, Cahuapana, Harakmbut, Huitoto, Jibaro, Pano, Peba-Yagua, Quechua, Tacana, Tucano, Tupi-Guaraní, Zaparo y un grupo denominado Sin Clasificación, lo cual convierte al Perú en el país más heterogéneo de América, pues no existe otro país en este continente con más familias lingüísticas que el nuestro, no obstante compartimos con otros países de América algunas de las mencionadas familias.
Según estudios antropológicos, estas Familias Lingüísticas agrupan a sesenta (60) etnias: Amuesha, Asháninka, Ashéninka, Caquinte, Chamicuro, Culina, Matsiguenga, Nomatsiguenga, Piro y Resígaro (Familia Arahuaca); Chayahuita y Jebero (Familia Cahuapana), Amarakaeri, Arazaeri, Huachipaeri, Kisamberi, Pukirieri, Sapitieri y Toyoeri (Familia Harakmbut); Bora, Huitoto-Meneca, Huitoto-Murui, Huitoto-Muiname y Ocaina (Familia Huitoto); Achual, Aguaruna, Candoshi-Murato, Huambisa y Jíbaro, (Familia Jíbaro); Amahuaca, Capanahua, Cashibo-Cacataibo, Cashinahua, Cujareño, Isconahua, Mayoruna, Morunahua, Parquenahua, Pisabo, Marinahua, Mastanahua, Sharanahua, Shipibo-Conibo y Yaminahua (Familia Pano); Yagua (Familia Peba-Yagua), Lamas, Quichua y Kichwaruna (Familia Quechua); Aguano, Ticuna y Urarina (Familia Sin clasificación); Ese’Ejja (Familia Tacana); Muniche, Orejón y Secoya (Familia Tucano); Cocama-Cocamilla y Omagua (Familia Tupi-Guaraní); Arabela, Iquito y Taushiro (Familia Zaparo).

Fuente PUCP PuntoEdu