jueves, 28 de octubre de 2010

Religión y liberación: el caso de Mario Bartolini


Por Wilfredo Ardito

Parece una curiosa paradoja que el gobierno promulgue una ley declarando al Señor de los Milagros patrono de la espiritualidad católica del Perú y, al mismo tiempo, someta a una verdadera persecución legal a religiosos católicos como el Hermano Paul McAuley o el Padre Mario Bartolini, quienes, en cambio, reciben el apoyo de peruanos ateos o anticlericales.

Para comprender este panorama, es importante analizar que existen diferentes formas de percibir la religión. La primera, la más tradicional, considera que la religión es la reverencia a un poderoso ser sobrenatural. Esa era la religión grecorromana, donde los dioses no favorecían a la persona más buena o más honesta, sino a quien les hacía ofrendas más valiosas. De hecho, los propios dioses no eran modelos de vida: eran egoístas y orgullosos y algunos inclusive parricidas, asesinos o violadores.

Todavía en el Perú existen personas que rinden culto a Dios, la Virgen o los santos mediante manifestaciones externas solamente con la intención de obtener algún beneficio concreto.

El poderoso Dios al que se invoca puede ser también ser cruel e injusto. Esto lo pensé cuando en el último terremoto, algunas personas gritaban: "¡Misericordia, Señor! ¡Aplaca tu ira!". También lo he pensado cuando, ante una situación injusta, se escucha la frase: "Hay que aceptar la voluntad de Dios".

Tradicionalmente, esta manera de entender la religión se desarrollaba y manipulaba en sociedades estamentales, pues permitía generar resignación en los pobres. De esta manera, tenemos sociedades, donde tenían mucho peso los rituales religiosos, pero se vivían valores totalmente anticristianos, como la Edad Media europea o el Perú colonial.

Afortunadamente, en la actualidad, muchos peruanos que pertenecen a la Iglesia Católica o la Iglesia Evangélica, le dan mucho más peso a la coherencia en la vida personal y, dentro de ambas iglesias, existe un sector que considera que lo esencial para ser buen cristiano es promover una sociedad más justa y más humana. Para esta forma de pensar, la pobreza, entonces, ya no es "voluntad de Dios", sino contraria a Dios. La "voluntad de Dios" es luchar contra la pobreza.

Esta concepción de la religión es sumamente cuestionante de las estructuras sociales. La concentración de la riqueza, el analfabetismo, la desnutrición infantil o la contaminación ambiental son percibidas como incompatibles con el Cristianismo. De esta forma, el funcionario corrupto que financia una fiesta patronal será considerado un pésimo cristiano, como también el empresario que gasta miles de soles en construir una iglesia, pero explota a su trabajadores.

Los cristianos que siguen esta línea pueden ser muy criticados por sus hermanos de fe: "divisionista, conflictivo, proselitista político", llamaba un antiguo alcalde de Barranquita, vinculado al Grupo Romero, al Padre Mario Bartolini. Desde que, en 1968, los Obispos denunciaron en la Conferencia de Medellín la injusticia estructural en América Latina, la mayor paradoja es que en el continente que se consideraba más católico una larga lista de sacerdotes, religiosas y laicos comprometidos han sido asesinados por "agitar a la población" y "mezclar la religión con la política".

El caso peruano es muy particular, porque los victimarios fueron los senderistas: para ellos era muy difícil captar adeptos en aquellas zonas donde la Iglesia predicaba el cambio de estructuras sociales sin el uso de la violencia. "Pensábamos que las balas iban a venir de otro lado", me decía una religiosa española, comentando los asesinatos de sacerdotes cometidos en Ancash.

A ella y a Mario Bartolini los conocí a inicios de los años noventa, cuando el MRTA y SL comenzaban sus violentas incursiones en la selva en los encuentros que cada año se realizaban para analizar lo que venía sucediendo. Recuerdo que era necesario trabajar con psicólogos, para saber cómo manejar el miedo y el duelo. En esos encuentros conocí a Mariano Gagnon, quien logró salvar a decenas de asháninkas de los senderistas. Muchos, como Bartolini, eran amenazados para retirarse, pero se quedaron por fidelidad a su compromiso. Sólo pensaban en marcharse si su presencia constituía un riesgo para la vida de otras personas.

Sin embargo, después que terminó el conflicto armado, aparecieron otros problemas: el Grupo Romero tiene interés en instalar plantaciones de palma aceitera en la zona de Barranquita, donde trabaja Bartolini. El problema es que pretende que le adjudiquen tierras habitadas desde hace décadas por campesinos pobres, cuyos derechos han sido defendidos por Bartolini con mucha valentía.

La denuncia por rebelión contra él, el dirigente indígena Vladimiro Tapayuri y Giovanni Acate, director de Radio Oriente, la emisora del Vicariato de Yurimaguas, demuestra una confluencia de poderosos intereses económicos y políticos.

En los últimos días, miles de personas en todo el mundo se han pronunciado en solidaridad con ellos. El Presidente de la República, en cambio, ha guardado silencio. Al parecer, su devoción por el Señor de los Milagros no lo motiva a respaldar a quienes buscan la justicia.

Fuente: Bajo la Lupa

domingo, 24 de octubre de 2010

La felicidad como indicador de calidad de vida

Alberto Chirif

Sin duda, cuando las futuras generaciones estudien cómo contabilizamos como desarrollo y felicidad nacional un crecimiento económico que consistía en recalentar la atmósfera, derretir los glaciares, crear escasez de agua, alimentos
y subir peligrosamente el nivel de los mares, clasificará el PBI como el más conspicuo indicador de nuestra barbarie.

Oswaldo de Rivero, 
 “Más de dos siglos buscando la felicidad”. En Le Monde Diplomatique, agosto del 2010

La lectura de un artículo de Oswaldo de Rivero (1) ex embajador del Perú en la ONU, del cual he extraído el epígrafe que encabeza estas reflexiones, me ha quitado el temor de escribir sobre un tema que me venía dando vueltas en la cabeza pero que no sabía cómo llamar ni, menos, encarar: ¿Alegría, felicidad? En suma, quiero referirme a la capacidad de los indígenas de asumir las tareas que plantea la vida cotidiana con buen humor, con gran capacidad de reír mientras trabajan. Salvo casos extraordinarios, como los que han vivido la barbarie desatada por la subversión durante la década de 1980 y parte de la siguiente, y otros que son consecuencia de haberles expropiado sus territorios y convertido en dependientes de un sistema económico que no les ofrece otra alternativa que vender barato sus productos y trabajo, me atrevo a decir que ellos no conocen la palabra estrés.

Digo temor porque, pensaba, cómo podría escribir acerca de este tema sin perderme en apreciaciones subjetivas, ya que, a fin de cuentas, la felicidad es algo muy personal y exclusivo de cada quien. Además, ¿cómo medir la felicidad de la gente? La lectura del referido artículo me ha ayudado a superar el entrampe, al menos por dos razones. La primera, porque me hizo reflexionar sobre los indicadores que actualmente usan los organismos nacionales e internacionales para medir la pobreza o el desarrollo (2) y llegar a la conclusión de que si bien los datos que se extraen de las mediciones son objetivos (porcentajes de alfabetismo, escolaridad, servicios de saneamiento y otros), inducen a conclusiones poco fundadas que, con frecuencia, solo sirven para que los políticos y propagandistas de este modelo de desarrollo justifiquen sus decisiones y las impongan. Pongo enseguida algunos ejemplos.

El analfabetismo (alfabetismo para el índice de desarrollo humano-IDH) sugiere en la mente del lector la idea de que el alfabetizado lee. Esto es cierto solo a veces, al punto que hoy los estadígrafos han creado el concepto “analfabeto funcional” para referirse a aquellas personas que, habiendo aprendido a leer, no leen, por la razón que fuera: falta de dinero para comprar libros o de interés por la lectura, por ejemplo. Pero el tema se puede llevar más lejos. Como la lectura no es un fin en sí mismo sino un medio para que la gente se desarrolle intelectualmente, se desenvuelva como un ciudadano con mayor conciencia cívica sobre sus derechos y deberes, y alcance finalidades más pedestres, como superar la prueba de un examen para un cargo determinado y mejor remunerado que el que tiene (si lo tiene); y considerando que una parte de la población lectora solo lee basura, como la prensa amarilla que únicamente consulta en los titulares que se exhiben en los quioscos de periódicos (en esto se limitan a lo justo, dado que esos diarios no desarrollan los contenidos adentro), es claro que una lectura así no está cumpliendo los fines que se proponen los programas de alfabetización. Me pregunto: ¿Por qué lectores de insultos y difamaciones propaladas contra personas críticas de regímenes políticos, viles en sí y envilecedores de los ciudadanos, deben ser considerados más desarrollados que personas basadas en la tradición oral y que mantienen su capacidad (aunque mellada por la “modernidad”) de transmitirse relatos que reviven los actos fundadores de su mundo y sus costumbres?

Pero para que no se piense que el caso del indicador comentado es una excepción, tomo otro: agua potable, calificativo generoso para referirse al agua que le llega a uno a través de tuberías, pero que no corresponde a la realidad del nombre: bebible, saludable. Aunque en cada caso hay variaciones, ni aun en Lima la gente se atreve a beber dicha agua, al menos aquélla con ciertos recursos, porque, como siempre, los pobres tienen que contentarse con lo que les llega. ¿Es esto algo cualitativamente mejor que recoger agua en tinajas de quebradas o puquios? En honor a la verdad, también debo decir que la modernidad, representada por industrias contaminantes y por ciudades en crecimiento que arrojan desperdicios sin tratamiento al agua, ha hecho que las cosas cambien en muchos lugares.

Un indicador como el ingreso monetario que no tome en cuenta las condiciones en que vive la gente es un dato mentiroso. Una familia de cinco miembros que gana 500 soles al mes es pobre si vive en la ciudad, porque ese dinero no le permite afrontar los gastos necesarios para llevar una vida digna; mientras que para una que vive en una comunidad se trata de un ingreso importante (ojo: expresamente no digo que la convierte en rica), porque tiene asegurada parte de la alimentación mediante su trabajo en la chacra, en el monte y en los ríos; dispone de una casa que él mismo construye y repara, de agua limpia (salvo los casos de contaminación ya citados) y, lo que es importante, de un vecindario de parientes con los que mantiene una relación de intercambio recíproco de bienes y servicios.

No se diga ahora que sostengo que no es importante que los indígenas vayan a la escuela, se alfabeticen, tengan derecho a mejores servicios de salud y salubridad y cosas por el estilo.

Por cierto, ellos mismos quieren y buscan estas mejoras. Lo que digo es que la manera como esto se realiza no está mejorando la calidad de vida ni de ellos ni, en general, del resto de la población que lee titulares chatarra en los quioscos de periódicos.

Otra manera de manipular los datos estadísticos es la que ha hecho De Soto en su último despilfarro de dinero (ocho páginas a color, en suplemento especial de El Comercio, 5/6/2010, en día sábado, es algo que debe costar por lo menos unos 70 mil soles), bajo el título “La Amazonía no es Avatar”. Allí él señala que hay quienes afirman que “los indígenas son ricos a su manera”, algo que en realidad nunca he leído, lo que, claro, no quiere decir que, efectivamente, alguien haya mencionado tal despropósito. Lo que sí he leído, e incluso firmado personalmente, es que “los indígenas no son pobres”, aludiendo al hecho de que cuenten aún con comida, vivan en un medio ambiente sano y tengan capacidad de manejar sus propios conflictos internos. Esto, claro, a menos que los “programas de desarrollo” —colonizaciones y otros— los hayan despojado de sus tierras y bosques y que las industrias extractivas hayan contaminado su hábitat y deteriorado su propia salud. La afirmación que hace el economista es tan absurda como glosar a quien afirma que “no todos los políticos son corruptos”, señalando que “los políticos son virtuosos a su manera”.

Me refiero ahora a cómo De Soto usa los datos estadísticos para apoyar su propuesta de que la alternativa de los indígenas es convertir sus tierras en mercancía. Señala él muy contento, pensando haber encontrado el argumento contundente que justifica su idea, que “cinco de los distritos más pobres del Perú (Balsapuerto, Cahuapanas, Alto Pastaza3 y Morona, en Loreto; y Río Santiago, en Amazonas) se localizan en zonas indígenas de la Amazonía norperuana”. Lo primero que hay que decir es que, de acuerdo con el INEI,4 entre los diez distritos que considera más pobres del Perú no está ninguno de los que él cita y no hay ninguno de las regiones y provincias que menciona. Lo segundo es que, según la misma fuente, existen muchos distritos que no tienen población indígena que se encuentran en situación de pobreza, incluyendo algunos de Lima. Pero lo que aparentemente quiere demostrar De Soto con su referencia es que la causa de la pobreza de esos distritos (efectivamente Balsapuerto ocupa el puesto 12 en el ranking nacional de pobreza y Cahuapanas el 16, seguidos muy de lejos por Morona —242— y Andoas —246—) se debe a la presencia de población indígena que vive en comunidades. Se trata de un disparate, porque los indicadores de medición de la pobreza son consecuencia de la falta de inversión del Estado en escuelas, salud, saneamiento y en otros campos. Entonces su información implica más un cuestionamiento al Estado que al modo de vida de los indígenas, que es mucho más grave incluso considerando que al menos dos de esos distritos que menciona (“Alto Pastaza” y Morona) se encuentran en una zona donde la industria petrolera extrae buena parte de los hidrocarburos que produce la selva peruana.

¿O es que él piensa que vendiendo sus tierras los indígenas van a tener dinero para mandar a sus hijos al Markham, contratar seguros en la Clínica Anglo-Americana y pagar a Odebrecht la instalación de servicios de saneamiento?

La cuestión es qué derecho asiste a los propagandistas del mercado para pretender incorporar —o, mejor dicho (porque ya están incorporados), hacer depender— a gente que por sus propios medios, con su inteligencia y esfuerzo, construye, con cierta independencia de los circuitos comerciales, sus propias condiciones de vida, que, si bien no hacen que viva en la abundancia (¿por qué ésta debe ser considerada un valor universal?), no la condenan a la falencia ni a la desesperación del que nada tiene, ni a la frustración del que se tragó el cuento de que la modernidad (mejor educación, salud, salubridad y, sobre todo, más dinero) es un objeto al alcance de la mano para todos quienes estén dispuestos a estirarla (y a vender sus territorios ancestrales). ¿No son acaso indicadores contundentes de que la cosa no funciona la falta de trabajo de millones de peruanos, los deplorables resultados que arroja la evaluación del sistema escolar, el aumento crítico de enfermedades en los sectores más pobres, la creciente violencia social que azota a todo el país y los procesos de destrucción del medio en los que por desgracia a veces los propios indígenas se han convertido en agentes activos?

La segunda razón por la cual el artículo de De Rivero me ayudó a superar el bloqueo que sentía para abordar el tema es que por él me enteré de que la felicidad constituye hoy un indicador de calidad de vida y bienestar usado por los estadígrafos en los países desarrollados. Mis reflexiones, no obstante, van en otra dirección que las de ellos, en primer lugar, porque el punto de partida son realidades nacionales totalmente distintas: sociedades ricas, altamente industrializadas, aquéllas; versus una sociedad como ésta, empobrecida por la corrupción al grado de metástasis de políticos que prefieren el regalo de los recursos nacionales a cambio de prebendas recibidas bajo la mesa, al trabajo honesto para construir país en beneficio de todos los ciudadanos.

Una diferencia entre esas sociedades aludidas es que en el Perú existen pueblos indígenas que, a pesar de estar insertos en las redes nacionales que dominan el conjunto del país (de las que derivan sus peores problemas: contaminación de sus hábitats, intercambio desigual con el mercado, pérdida de conocimientos propios adecuados a su realidad a cambio de rudimentos adquiridos en la escuela y otros), mantienen un grado de autonomía que les permitiría, con una mejora sustantiva de los servicios sociales del Estado, fortalecer una opción de desarrollo basada en las capacidades de su gente para manejar de manera sostenible el medio ambiente y no solo en el incremento del PBI.

¿Cómo plantean la felicidad los ciudadanos en los países desarrollados? La respuesta sigue los planteamientos hechos por De Rivero en el artículo que comento, que, a su vez, se basan en diversos estudios sobre el tema. El factor principal de la felicidad es el dinero, no solo para lo necesario sino, mucho más que eso, “para adquirir y consumir las nuevas necesidades creadas por el mercado y la publicidad” (ibid.: 4). Como éstas son ilimitadas, la búsqueda de la felicidad se convierte en estrés que termina por conducir a la infelicidad. No basta un auto, es mejor tener dos —sobre todo si el vecino ya se adelantó—, que además hay que cambiar para estar con el último modelo; ni una casa: hay que tener también otra de playa y mejor aun una más de campo, además de la urbana, y así sin parar. Ésta es la lógica del sistema: producir y consumir de manera ilimitada, porque el día que esto se detenga, el sistema colapsará. Un adelanto de esto ha sido la crisis económica desatada en los Estados Unidos hace pocos años, que no fue causada por problemas de mala administración. Fue, en cambio, manifestación de la crisis de un sistema fundado sobre el consumo, como lo son el cambio climático, la pérdida de biodiversidad, la acumulación de basura (incluyendo la biodegradable; si no pregúntele a los holandeses sobre el tema de los excrementos de una población porcina, varias veces superior a la de los habitantes del país) y otras. El PBI es así, desde ya, un notable indicador de la barbarie del actual sistema, aunque tal vez hoy seamos incapaces de evaluar sus estragos y tengamos que esperar que lo hagan las generaciones venideras.

Sin embargo, en los últimos tiempos han surgido dudas sobre considerar el PBI como indicador de la felicidad, sobre todo a partir de la comprobación de que su crecimiento no necesariamente implica un incremento de los ingresos de la población. Esto es algo que sucede en el Perú y otros 134 países, donde los ingresos solo crecieron en 2,3% en el periodo que va de 1960 al 2008, lo que es insuficiente para terminar con la pobreza nacional y mucho más incluso para pretender llevar la felicidad del dinero a sus habitantes. En los Estados Unidos, los premios Nobel de economía Joseph Stiglitz y Paul Krugman afirman, refiriéndose al tema de la falta de relación entre dichos factores, que el crecimiento del PBI, desde 1990, solo ha favorecido al 10% de la población (ibid.: 5).

Debido a estas consideraciones, señala el autor, los países del Norte han comenzado a buscar nuevos indicadores de felicidad en reemplazo del PBI. Así han aparecido el indicador de riqueza genuino (IRG), que pone mayor énfasis en la calidad de vida; y el índice del planeta feliz (IPF), que le da prioridad a una larga vida sin impactos nocivos contra el medio ambiente. En los Estados Unidos, Gran Bretaña y otros países europeos se han realizado estudios y se han conformado comisiones para estudiar el tema de la felicidad, y se ha creado algo así como una nueva disciplina que De Rivero califica de “happylogía”.
No obstante estas preocupaciones, de acuerdo con estos estudios y encuestas, la percepción de la población sobre el tema no ha cambiado sustancialmente: le sigue otorgando prioridad a los ingresos que le permitan consumir más allá de sus necesidades básicas. Al respecto, dice el autor: “Los psicólogos y psiquiatras tienen otras lecturas de esta cultura adquisitiva. Ellos consideran que ganar más para adquirir más está generando una neurosis, que el destacado psicólogo británico Oliver James llama Afluenza, cuyo síndrome es una ansiedad permanente por tener más y mejor, desde inmuebles, autos, pasando por todo tipo de objetos domésticos y personales, hasta más grandes senos, menos arrugas e inclusive penes más largos” (ibid.: 5).

Se trata de un síndrome que hace que la gente se identifique por lo que tiene y aparenta, lo que crea un vacío espiritual que es cada vez más corriente en los países del primer mundo o “sociedades afluentes”, a diferencia de las sociedades en desarrollo donde, según la Organización Mundial de la Salud, casi no existe. La compulsión por tener y consumir termina finalmente en el Prozac, medicamento para calmar la ansiedad y los nervios de gran venta en esos países.

El corolario es triste: la búsqueda desenfrenada de la felicidad mediante el tener más ha llevado al medio ambiente a una situación peligrosa debido al calentamiento global y demás desajustes y estragos causados sobre el hábitat; y a las personas, a la neurosis, es decir, a la infelicidad, al arribo a una meta contraria a la que estaba en su mente al inicio del camino, y a otros males, como la obesidad, los infartos, la diabetes y otras enfermedades propias de los tiempos.

En cambio, en muchos pueblos indígenas las cosas funcionan de otra manera. Ignoro cuál es el contenido que ellos le pueden dar a la palabra felicidad, por lo que sería arbitrario y subjetivo de mi parte pretender definirla. Lo que sí sé es que en las comunidades se viven frecuentemente situaciones que se puedan asimilar a ésta. No sé por esto si felicidad es la palabra para nombrar la manera cómo las familias, solas o con otras, desarrollan sus labores cotidianas, con bromas y risas y tiempo para tomar un mate de masato cuando el calor aprieta, así como para descansar y hacer visitas a parientes y allegados. Cualquiera que haya estado en una comunidad indígena amazónica ha percibido esta situación. No es que no trabajen y ganen su pan con el sudor de su frente, pero éste es consecuencia del calor y no de la carga abrumadora que le impone la competencia y el consumo.

El “buen vivir” sí es un concepto indígena, como lo ha desarrollado en un bello libro mi colega Luisa Elvira Belaunde y otras personas. (5) Se trata de un concepto que, en teoría, parecería acercarse a las nuevas búsquedas emprendidas en los países desarrollados que intentan reemplazar el PBI por la calidad de vida (aunque incoherentemente, porque terminan siempre dándole prioridad al consumo). Ella se refiere a que durante su estadía en una comunidad secoya escuchó “a hombres y mujeres repetir palabras como éstas: ‘hay que vivir como gente’ (Pai Paiyeje Paidi); ‘hay que vivir bien’ (deoyerepa Paiye); ‘hay que pensar bien’ (deoyerepa cuatsaye). En lugar de apelar a principios políticos de organización residencial y jerarquía social para mantener el orden y el buen espíritu de la comunidad, ellos apelaban a la capacidad de cada una de las personas de contribuir efectivamente a su bienestar personal y al desarrollo de la vida colectiva” (28).

Precisamente en un viaje que hice en octubre de este año a una comunidad secoya, ubicada en la cuenca del Alto Putumayo y no en la del Napo, donde trabajó mi colega Luisa Elvira Belaunde, ante la pregunta a dos grupos de adolescentes (entre 12 y 17 años) sobre qué consideraban ellos que era un derecho, sus respuestas, con distinto fraseo, fueron las mismas: “derecho es vivir bien, es pensar bien”.

Qué derecho tiene la economía de mercado de destruir su vida para forzarlos a depender de un modelo caótico y destructor que se encuentra en franca crisis y que es incapaz de dar trabajo y riqueza a quienes no tienen otra alternativa que la venta de su fuerza de trabajo. Si alguien piensa que este mal durará más de 100 años y los cuerpos lo resistirán, no ve realmente la gravedad de una crisis que a estas alturas es indetenible por la falta de voluntad (y probablemente de posibilidades) de cambiar de rumbo.

¿O se trata de una idea suicida de arrastrar a todos en la caída?
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1 Rivero, Oswaldo de.“Más de dos siglos buscando la felicidad”. En Le Monde Diplomatique, agosto del 2010, pp. 4-5.

2 Los indicadores usados para evaluar la pobreza y el desarrollo de una población determinada en realidad son los mismos, pero usados al revés: si los primeros miden las carencias (analfabetismo, falta de servicios), los segundos estiman los avances (alfabetismo, servicios instalados).

3 Supongo que se refiere al distrito de Andoas, ya que el de Alto Pastaza no existe.

4 Cito la fuente: “Los resultados muestran que en el departamento de La Libertad, se ubican los distritos más pobres del país: Ongón (provincia de Pataz) con 99,7% de pobreza total y 97,2% de pobreza extrema y Bambamarca (provincia de Bolívar) con 98,7% de pobreza total y 92,4% de pobreza extrema. Cabe indicar, que de los diez distritos más pobres, seis de ellos corresponden al departamento de Huancavelica: tres en la provincia de Tayacaja (Tintay Puncu, Salcahuasi y Surcubamba), dos en la provincia de Angaraes (San Antonio de Antaparco y Anchongo) y uno en la provincia de Churcampa, que es el distrito de Chinchihuasi”. (Mapa de Pobreza Provincial y Distrital 2007. El enfoque de la pobreza monetaria. Dirección Técnica de Demografía e Indicadores Sociales. Lima, febrero 2009, p. 35).

5 Belaunde, Luisa Elvira. Viviendo bien. Lima: CAAAP, 2001. Viteri, Carlos. “¿Existe el concepto de desarrollo en la cosmovisión indígena?” (Mimeo).

martes, 19 de octubre de 2010


Feria del Libro Ricardo Palma 2010
Por medio de la presente los invitamos a participar de la 31ª Feria del Libro Ricardo Palma que empezará desde este viernes 22 de octubre hasta el 01 de noviembre del presente año en el Parque Kennedy de Miraflores en Lima (Perú).

El Centro Cultural Pío Aza ya tiene todo listo para hacerse presente en tan importante feria. Por ello, las publicaciones de nuestro fondo editorial se estarán excibiendo en el stand 87 del Centro Bartolomé de Las Casas del Cusco.

La Feria del Libro Ricardo Palma es una de las ferias más reconocida en nuestra capital cuya trayectoria ha contribuido al aporte cultural de nacionales y extranjeros. Además, esta actividad también ofrecerá conferencias, charlas y presentaciones, que se llevarán acabo en el Anfiteatro Chabuca Granda y en el Salón Consistorial del Palacio Municipal de la Municipalidad de Miraflores.

Horarios de la Feria
Lunes a Viernes: de 13:00 a 22:00 horas.
Sábados, domingos y feriados: de 11:00 a 22:00 horas
¡Te esperamos en la feria! Centro Cultural Pío Aza

 
El Amazonas se nos muere


Por Lorena Rubiano Fajardo

El río Amazonas, que era el más caudaloso del mundo, contenía una quinta parte del agua dulce del mundo (alrededor del 20%) está reducido a enormes playas de arena. La mayor parte del agua desapareció, el intenso verano amenaza con extinguir lo que queda del río y temen que pueda secarse.

Cada edición dominical de New York Times consume una cantidad de papel fabricada con 200 hectáreas de bosque". - Gabriel García Márquez.

Inverosímil: Es mas importante para los medios de información y la opinión pública, una noticia de farándula, que la alarmante información sobre el pulmón del mundo:” El Amazonas vive la peor sequía de los últimos cien años“.

No hubo revuelo, no hubo reunión urgente de los gobiernos de los países de la región, no hubo protestas masivas, no hubo manifestaciones de las O.N.G. Mejor dicho no mereció, ni un grito de auxilio.

El IDEAM lanzó una voz de alarma y advirtió que "el Amazonas pasó de 13 y 15 metros de profundidad a seis metros en sólo dos semanas en áreas donde tienen estaciones de control, un bajonazo nunca antes visto", según las autoridades ambientales colombianas.

El río Amazonas, que era el más caudaloso del mundo, contenía una quinta parte del agua dulce del mundo (alrededor del 20%) está reducido a enormes playas de arena. La mayor parte del agua desapareció, el intenso verano amenaza con extinguir lo que queda del río y temen que pueda secarse.

Ahora lo que tenemos son toneladas y toneladas de peces muertos, comunidades indígenas inmovilizadas, aisladas aguantando hambre porque ya no hay río, ni les llegan ni pueden sacar productos y no hay un puente aéreo para llevarles alimentos y medicinas.

Hace años, Greenpeace, viene denunciando la devastación de toda la región, especialmente en el sector Brasilero, en donde los buldózeres arrasan día y noche con la que antes era selva para convertirla en potreros. Mientras que en la zona peruana como no hay buldózeres le meten candela inmisericordemente a los bosques, para ganarle terreno rápidamente al tapete verde. Y en nuestro país el control es mínimo, esa es tierra de nadie y sólo un 30% es protegido especialmente por las comunidades indígenas que si tienen conciencia de lo que debe ser la protección de su territorio.

Duele, ver que a las nuevas generaciones nos estén dejando un planeta arrasado, moribundo y desolado. Nadie pone orden, nadie le pone un tataquieto a la voracidad capitalista, al consumismo, nadie tiene la autoridad para impedir que esto suceda. Sólo voces aisladas, de líderes indígenas y ONGS, protestan por todos estos factores que acaban con la selva, alteran el clima, acaban con el verde y contaminan el ambiente.

Y si se seca el Amazonas, pues estarán listas estas empresas ávidas de dinero, que es en lo único que piensan, para pavimentarlo y hacer hermosas autopistas y pistas alternas para aterrizaje de aviones que lleguen por la madera y las especies animales.

El líder del amazonas Magno Alejandro Pinto de la comunidad de los Tikunas, expreso que hace un llamado no sólo a los países de la cuenca sino a todo el mundo para que miren hacia esta región que se esta muriendo. Decenas de comunidades, miles de especies de fauna y flora están a punto de extinguirse. “Salvemos la amazonía”, es su voz de protesta.

El amazonas nuestro pulmón, el bosque tropical más extenso del mundo, esta inmerso en una imparable guerra que le declararon los humanos para destruirla.

Insisto y lo seguiré denunciando, que la selva se muere porque de los 6 millones de km² repartidos entre ocho países, Brasil, Perú Bolivia, Colombia, Ecuador, Venezuela, Guyana, Surinam y la Guayana Francesa, más del 20 % ha sido destruido por la explotación industrial en los últimos 30 años, pero con las nuevas tecnologías, nuevas maquinarias y la mayor ambición económica se esta acelerando este proceso.

Y para colmo de males, el Brasil mayor depredador del Amazonas, aprobó una ley, impulsada por Lula y el Partido de los Trabajadores, de privatización del Amazonas, al que en un futuro cercano se podrá llamar "selva sin árboles y sin animales o "Amazonas S.A".

Desde el 2006 Greenpeace presentó el informe “Devorando la Amazonía”, el cual habla sobre la deforestación que se está produciendo en la selva amazónica para introducir cultivos de soja y cómo esa soja acaba siendo exportada para la alimentación de ganado que acaba sirviendo de alimento en cadenas de comida rápida y supermercados.

Antes de darle el ultimo adiós a los habitantes de la Amazonía aprovechemos para tomarles fotos y tengamos algunos animales en los zoológicos para tener la oportunidad de mostrárselos a nuestros descendientes tales como el jaguar, el puma, el tapir el venado, las tortugas, caimanes, babillas y serpientes, como la famosa anaconda, el guacamayo, el tucán, el águila arpía, o el Delfín rosado entre muchos otros.

Mejor dicho como van las cosas, compremos un acuario para salvar algunas de las variedades piscícolas de la región.

Fuente:
Lorena Rubiano Fajardo - Presidenta Comite Cívico Togui, publicado en el diario El Nuevo Siglo 12-10-10

Enviado por Silvia Moreno

miércoles, 6 de octubre de 2010

La sequía arrasa la selva alta: ¿estamos preparados?

Por José Álvarez Alonso 
“Ríos que alimentan de agua a Tarapoto se encuentran al borde del colapso”, “Se secan afluentes de la laguna de Sauce”, “El Saucal, un pueblo que fue abandonado por la sed”, son algunos de los alarmantes titulares de diarios de San Martín unos días atrás.
Entre una y dos horas es el servicio actual de agua en esta ciudad, y situaciones similares atraviesan otras ciudades, también en la vecina Región Amazonas. Ríos como el Cumbaza y el Shilcayo lucen virtualmente secos, y el otrora caudaloso Huallaga se podía cruzar a pie en varios lugares -por ej., cerca de Picota- mientras pastos y cultivos amarillean por doquier.

Desde fines del 2009 la sequía está causando estragos en la Región San Martín, y miles de hectáreas de cultivos se han perdido (por ejemplo, el 100% de los cultivos de maís en la provincia de El Dorado).

El Saucal (Provincia de Lamas) no es el único caso de refugiados ambientales; al menos otra comunidad completa en la Provincia de Moyobamba se mudó de lugar por falta de agua, y muchos ganaderos están estudiando hacer lo propio en el Huallaga central, donde la sequía es más crítica, si cabe, porque allí las lluvias son mucho más estacionales.

La semana pasada participé en Tarapoto en un evento sobre turismo sostenible, invitado por el Gobierno Regional de San Martín. El protagonista de las presentaciones y los debates fue, sin embargo, el bosque: el Ing. Jorge Rodrígues Quirós, ex ministro de turismo de costa Rica, e invitado también al evento, dedicó toda su presentación a hablar de la deforestación en San Martín, como la peor amenaza para el desarrollo.

La deforestación no sólo está amenazando las fuentes de agua de San Martín, y por tanto la agricultura, la ganadería y la acuicultura, que son sus principales actividades económicas.

También está amenazando el turismo. Las conocidas cataratas de Ahuashiyacu, en Cordillera Escalera, cerca de Tarapoto, y las del Gera, en las cercanías de Moyobamba, lucen casi secas en estos días. Y eso a pesar que en torno a ambas fueron creadas sendas áreas de conservación, para proteger los bosques. Pero parece que la las iniciativas de conservación han llegado ya un poco tarde, a decir de mucha gente.

Pepe Chirinos es el mayor productor de camarón de Malasia en San Martín, y está experimentando muy exitosamente con cultivos mixtos con tilapia. Me habla de los problemas que tiene con el agua para abastecer sus piscigranjas.
“De nada sirve que yo cuide con esmero mis camarones: si los fundos de más arriba en el valle usan agroquímicos para controlar sus plagas o hierbas, o para fertilizar sus cultivos, estoy fregado. Y en época de sequía como ésta hay conflictos por el uso del agua. Por eso la importancia de la Zonificación Ecológica y Económica, y del enfoque ecosistémico.” En consecuencia, para garantizar su inversión,
Pepe Chirinos ha decidido trasladarse con todos sus estanques e instalaciones hacia una zona menos impactada, en el Pongo de Chazuta, donde ha comprado todos los fundos del valle que abastece de agua la quebrada: “Voy a reforestar y recuperar el bosque completamente, me interesan un pepino los miserables cultivos de cacao o café que tienen algunos. Un pata se había tumbado 60 hectáreas de bosque, ¡SESENTA HECTÁREAS PARA UNA DOCENA DE VACAS FLACAS! -recalca mirándome incrédulo-.

Cuando le compré el terreno me dijo qué pensaba a hacer con las vacas. Le dije: ‘Llévatelas, guevón, no quiero verlas, te las regalo, para esa porquería has tumbado un bosque que vale más que quinientas vacas.’ Comprar todos los fundos del valle es la única forma que tengo de garantizar que voy a tener un buen caudal de agua y que no me va a venir un imbécil a contaminar el agua para los estanques con cualquier agroquímico o a dejarme sin agua”.

Me informan que cada día llegan a San Martín un promedio de 100 emigrantes listos para talar los bosques y hacer un lugar para sus vacas o sus cultivos de palmito o palma aceitera. La mayoría siguen siendo de Cajamarca, pero hay un creciente número de emigrantes de la empobrecida Sierra de Piura.

Algunos siguen invadiendo valles remotos de San Martín, talando bosques en zonas de altas pendientes y en cabeceras, otros van hacia Yurimaguas, siguiendo la carretera asfaltada para ocupar las amplias extensiones de bosques de libre disponibilidad del Estado que existen en la provincia de alto Amazonas, en Loreto, donde se está extendiendo la deforestación y los monocultivos de forma desordenada y harto preocupante.

En Moyobamba la población también está alarmada: la creciente escasez de agua en la ciudad se verá agravada aún más, porque los bosques de las áreas de conservación ambiental Mishquiyacu – Rumiyacu y Almendra, donde están las cada vez más escasas fuentes de agua de la ciudad, estuvieron ardiendo una semana.

La deforestación indiscriminada tiene también otras consecuencias: la habitualmente fresca ciudad de Moyobamba las temperaturas alcanzaron los 37 °C, mientras que Picota ha sufrido en días pasados un récord histórico de temperatura, 39.5 Cº. Una amiga me informa que en Puerto Maldonado se han alcanzado los 47 °C, temperatura jamás registrada en Amazonía peruana, cuando a fines de julio las temperaturas llegaron a 9 grados…

Me escribe Karina Pinasco desde Moyobamba: “…el Gera seco, es un chiste ver el puente caído y preguntarte pero qué río furioso ha hecho semejante cosa si no tiene agua, parece que la furia se llevó no solo el puente sino también el agua…”

Sin embargo, Karina me informa también algo revelador: la cuenca del río Huayabamba, en cuya cuenca alta se localiza la concesión de conservación Alto Huayabamba, promovida por Karina y la organización ‘Amazónicos por la Amazonía’, sí conserva un respetable caudal a pesar de la sequía. Una buena pista para atisbar por dónde debemos trabajar si queremos sobrevivir al cambio climático.

La Dirección Regional del SENAMHI-Loreto ha informado que en los próximos días volverá a bajar el caudal de los ríos de la selva, especialmente el río Amazonas. Incluso se espera que este descenso alcance un valor inferior al valor mínimo histórico registrado en septiembre (105.76 m.s.n.m.).

Debemos estar preparados. Las predicciones de los científicos sobre los efectos del cambio climático se están quedando cortas. Nos esperan tiempos difíciles, y hay que tomar medidas de emergencia, impulsando decididamente la conservación de los bosques, quizás la única estrategia en la que todos coinciden que puede ayudar a mitigar los efectos del cambio climático.

Deben ser descartadas, por suicidas, aventuras desarrollistas como la construcción de nuevas carreteras de penetración en la selva y la promoción indiscriminada de monocultivos sin base técnica ni consideraciones ambientales.

En su lugar, se debe promover un desarrollo acorde con la realidad ecológica y social de la Amazonía, aprovechando sus potencialidades sin alterar gravemente los ecosistemas, como por ejemplo, aprovechar los recursos del bosque en pie –maderables y no maderables- y darles valor agregado. Otras líneas promisorias incluyen la acuicultura, el manejo de pesquerías y de fauna silvestre, el ecoturismo y la venta de servicios ambientales.

Publicado en La Región de Loreto