martes, 22 de septiembre de 2009




Etnia de los shawis al rescate de su pasado

ES UNO DE LOS GRUPOS MENOS ESTUDIADOS DE LA REGIÓN LORETO. Luchan por preservar su lengua materna
Recuperarse implica, ante todo, asumirse. “Balsacho” es el adjetivo despectivo que recibe cualquier nativo shawi del distrito de Balsapuerto (Loreto) apenas pisa una ciudad con cemento, pollerías y mototaxis.

“Balsacho” le dijeron a José Púa Pizango en Pucallpa cuando fue a estudiar en un instituto técnico; él había empezado el colegio recién a los 9 años en la comunidad de Pueblo Chayahuita y la temporada en la ciudad la entendió como una escala ineludible hacia el desarrollo personal. Que lo insultaran era secundario: José logró acostumbrarse a la idea de que era distinto, pero esta vez como un adjetivo ponderativo.

Los shawis —también llamados chayahuita— integran una de las etnias menos estudiadas por la antropología moderna. Aldo Fuentes se animó, décadas atrás, a investigar a este grupo humano enclavado en lo más profundo de la región Loreto; la escasa información disponible daba cuenta de una población con muy poca vitalidad, reprimida, tímida.

El trabajo de campo, como tenía que ser, reveló detalles más exactos y menos prejuiciosos. “Es posible que haya un fondo común entre una antropología que busca curiosidades exóticas y una sociedad que desprecia y discrimina. En ambos casos, el hombre apenas si es tomado como un objeto”, escribió el antropólogo en el libro titulado “Porque las piedras no mueren” (1988). En el mundo shawi no había poca vitalidad, ni represión ni timidez. Había paradojas.

LOS CAMBIOS

Recuperarse exige, además, reivindicarse. Se calcula que entre 13 mil y 20 mil shawis viven dispersos en la provincia loretana de Alto Amazonas (en los distritos de Balsapuerto, Cahuapanas, Jeberos, Lagunas, Morona, Teniente César López y Yurimaguas). Son considerados una minoría importante entre las etnias amazónicas.

Desde el siglo XVI en adelante, los shawis han visto desfilar entre sus comunidades a esclavistas españoles, misioneros, patrones y hacendados, caucheros, comerciantes revendedores y buscadores de petróleo. A pesar de este contacto exterior más o menos continuo, la composición social básica no ha variado.

Han variado, sí, las principales costumbres. Recuerda Robinson Pinedo que los primeros profesores que en los años 60 llegaron a la comunidad de Fray Martín —a seis horas de navegación desde Yurimaguas— eran mestizos. Que apenas empezaron a enseñar prohibieron la lengua shawi. Que al alumno que hablaba shawi lo obligaban a arrodillarse sobre los granos de maíz. La educación formal resultó siendo el camino hacia la identidad perdida, y esto a su vez resultó siendo una infeliz paradoja.

Robinson es ahora el apu de la comunidad. Todas las noches, él y sus hijos caminan hasta el río Paranapura y buscan a los peces que se acercan a la orilla para dormir. Robinson tiene toda la noche para pescar y para hablar shawi con sus hijos. Solo él puede hacerlo: su mujer únicamente entiende el español.

LA RESISTENCIA

Recuperarse es, por cierto, valorarse (en un sentido ecuménico antes que económico). Víctor Cahuaza fue la primera autoridad de la comunidad de Fray Martín, allá por 1967. “Cuando vino el primer mestizo se dejó de hablar shawi”, recuerda.

Pero no solo hubo un bache lingüístico: en lugar de “pampanillas”, las mujeres se acostumbraron a las faldas con marca, y el masato —que aquí se consume todo el tiempo— dejó de servirse en “mocahuas” de cerámica decorada porque más fácil era comprar una vasija de plástico y en las fiestas ya no hubo bombo y quena sino una radio a pilas.

Aunque algunos aspectos no cambiaron. La hija de Víctor murió hace dos años apenas dio a luz; él ahora cría a su nieto. La mortalidad posparto sigue siendo la misma, tanto tiempo después. Paradójico, también.

Uno podría decir, sin embargo, que los shawis han acumulado posibilidades de restablecer sus tradiciones. A dos horas de la comunidad de Fray Martín (más lejos de Yurimaguas, por lo tanto) se ubica la comunidad de Panán. Lo primero que llama la atención es que las niñas y adolescentes de esta amplia localidad suelen llevar los rostros pintados con huito, una planta de la región.

En Panán están Juan Napo y su mujer, Feliciana, que con los años que lleva encima aún se recuesta en el piso a diseñar mocahuas. Ellos aún creen que el hombre debe tomar masato de un solo sorbo para demostrar su fuerza. Y creen en el poder espiritual que los ha hecho conocidos y que —dicen ellos— ningún awajun duerme donde duerme un shawi por temor o por respeto. Y creen que habiendo ya profesores nativos la lengua shawi no desaparecerá. Esa es la clave.

Porque recuperarse es, finalmente, resistir.

EL DATO
Lengua protegida. Desde el 2003, la mayoría de profesores que enseñan en las comunidades shawi son nativos bilingües de esta etnia. Ello para asegurar la permanencia de la lengua y la cultura.

Fuente: Diario El Comercio

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1 comentario:

SELENE dijo...

INTERESANTE REFLEXION ESPERO QUE SE SIGA REFORZANDO TODO ESTE VIACRUCIS PARA RECUPERAR Y REVALORAR LA CULTURA SHAWI Y NOSOTROS LOS LLAMADOS MESTIZOS RECONOCER QUE NUESTROS ORIGENES NOS DAN LA FUERZA Y VALOR PARA ENFRENTAR EL FUTURO DEBEMOS ESTAR ORGULLOSOS DE NUESTRO PASADO