PROTESTA INDÍGENA, LUCHA POR LA VIDA
José Álvarez Alonso
Algunos oficialistas ven -con los gruesos lentes de quien no quiere realmente ver- maquinaciones políticas e ideologías extranjeras detrás de la protesta indígena que ha incendiado la Amazonía peruana por segunda vez en dos años. Catalogar y calificar (o descalificar) es un recurso habitual de quienes no entienden algo o no tienen la razón. Es obvio que esta protesta no es bien comprendida desde las altas oficinas del poder central, aislado de la Amazonía y sus problemas no sólo por la cadena de los Andes, sino por un abismo de etnocentrismo autosuficiente e ignorancia histórica, y por un océano de intereses, rebosante de millones de dólares en inversiones mineras, petroleras, palmaceiteras y madereras…
Los indígenas amazónicos del Perú no están luchando sólo contra unos decretos legislativos que consideran lesivos para sus intereses y su modo de vida. Están luchando, literalmente, por su vida, entendida en un sentido amplio: biológico, social, cultural, espiritual. Y la defensa de la vida está por encima de ideologías, partidos políticos y maquinaciones electorales; es, quizás, el instinto más fuerte y legítimo del ser humano. Nuestra Constitución Política, como prácticamente todas las constituciones modernas, consagra los derechos fundamentales de la persona humana, entre los que destacan el derecho a la vida, la salud, y a vivir en un ambiente equilibrado.
Los indígenas que han visto lo que pasó a sus hermanos “beneficiados” (más bien diríamos, “perjudiciados”) por las ventajas del desarrollo minero, petrolero y agroindustrial, no quieren más de esa medicina, bajo ningún maquillaje de dádivas paternalistas y planes de mitigación ambiental. Porque aunque con el “desarrollo” puedan acceder a algunos bienes y servicios occidentales, como luz eléctrica, televisión, edificios de material noble y otros, el costo es muy alto, en términos sociales y ambientales: en pocos años se destruyen estructuras sociales, costumbres y estrategias de convivencia con los que vivieron miles de años, y se degradan ecosistemas que son la base de su subsistencia.
¿De qué le sirve a un indígena ganar su platita en una compañía, si con ella sólo puede comprar enlatados, arroz y tallarines, porque sus cochas y sus bosques están vacíos? ¿De qué les sirve a los indígenas tener acceso a luz eléctrica, teléfono, televisión por satélite y agua potable, si terminan viendo a sus comunidades y familias destruidas por plagas sociales como el alcoholismo, la prostitución, los conflictos familiares y otras “modernidades” por el estilo, y pierden lo que más aprecian, su dignidad y su libertad?
Definitivamente, los indígenas amazónicos no entienden el desarrollo del mismo modo que el Gobierno; para los indígenas desarrollo no es sinónimo de ingresos y cifras macroeconómicas. “El desarrollo para los indígenas no es acumulación y competencia, es solidaridad, es igualdad, es reciprocidad”, decía en un reciente encuentro indígena Alberto Pizango, del Pueblo Shawi, Presidente de AIDESEP. “Preferiría estar pobre como antes, pero estar bien con mi marido”, se lamentaba recientemente una indígena Kukamilla que había perdido a su marido por culpa de la bonanza económica causada por el camu camu.
Algunos han calificado a los indígenas como “perros del hortelano”, porque supuestamente no quieren desarrollarse, no usan sus recursos ni quieren que otros los usen. Esto es totalmente falso, por supuesto, e indica una visión racista y etnocéntrica de la realidad sociocultural amazónica. “Queremos desarrollarnos sin perder nuestra identidad, sin alterar la naturaleza, sin entrar en conflicto con otros pueblos”, proclamaron en un reciente pronunciamiento (marzo del 2009) las Organizaciones Indígenas Secoya del Perú y Kiwchua del Alto Napo, las mismas que hoy bloquean este río, para escándalo de los entusiastas del “desarrollo.”
“Nosotros los Mai Huna queremos el desarrollo, claro que sí, queremos progresar, pero de a pocos, de abajo arriba, a nuestro modo, sin perder lo nuestro, lo que nos hacer ser Mai Hunas”, decía recientemente el dirigente Romero R. Ushiñahua, de la Federación Mai Huna del Napo. Un desarrollo armónico con su cosmovisión, con la libertad y el modo de vida que disfrutaron por milenios sus antepasados: “No quiero un día tenerle pena a mi hijo viéndole maltratado por los patrones o capataces en una compañía, prefiero que viva pobre como yo, pero libre”, me expresaba hace un tiempo un indígena del Huallaga central. “Los pueblos indígenas no quieren ser peones o súbditos”, según Alberto Pizango, presidente de AIDESEP.
“Yo quisiera ver a mi comunidad con un montón de mitayo, con abundante comida para toda la comunidad, celebrando nuestras fiestas con mucho masato, rodeado de un bosque con muchas caobas, cedros y lupunas. Me gustaría ver a los niños sanos y felices... También me gustaría que tuviéramos televisión, radio y algunas otras cosas de la sociedad moderna, pero sobre todo buena comida, educación y salud...”, es la visión del desarrollo de Segundo Arquímedes Karitimari, joven dirigente Kukamilla.
Los indígenas defienden con tanto ardor su territorio, sus bosques, sus ríos y sus cochas, porque éstos son su mayor riqueza, la garantía de un “desarrollo indígena”, de una vida plena a su estilo, a su modo, como tiene derecho todo ser humano y todo pueblo sobre la tierra. Porque bosques, ríos y cochas llenos de recursos son la garantía de una vida saludable, de abundancia, de armonía con el entorno natural en el que vivieron sus antepasados por milenios. Ese estilo de vida es el que ven amenazado por los infaustos decretos legislativos 1090, 1020, 1064, 1080, 1081 y 1089, y por las concesiones mineras, petroleras y madereras que ha otorgado el Estado sobre los territorios que consideran suyos, conforme al Convenio 169 de la OIT.
Cabría preguntarnos: luego de más de 30 años de explotación petrolera en el río Corrientes, y de decenas de miles de millones de dólares extraídos debajo de las tumbas de los antepasados del noble pueblo Jíbaro-Achuar, ¿han logrado beneficiarse y tener mejor alimentación, educación y salud? Todo lo contrario: en estos años han empeorado significativamente las variables más importantes que definen el “desarrollo humano”, especialmente salud y nutrición. Hoy, por citar un ejemplo, el 99% de los comuneros de esta cuenca exceden el límite máximo permisible de cadmio en la sangre, y el 68% superan el límite de tolerancia biológica, mientras que el 66% exceden el límite máximo permisible de plomo, y el 20% de ellos lo duplican y aún triplican. Más del 72% de los niños, y 75% de las mujeres padecen anemia perniciosa...
¿Creen que un indígena con sentido común pueda considerar “deseable” este desarrollo, por más que lo traten de convencer de que hoy la tecnología y las leyes de minería e hidrocarburos han mejorado mucho? ¿Es de extrañar que los indígenas del Alto Napo, del alto Marañón, del Alto Ucayali, se defiendan con tanta energía contra lo que consideran una grave amenaza para su modo de vida y su supervivencia?
Lo mismo se puede decir de la industria forestal: luego de más de medio siglo de explotación indiscriminada de las maderas en territorio amazónico, y de miles de millones de dólares de producción maderera ¿se han beneficiado realmente los pueblos indígenas? Hoy los distritos más pobres de Perú están en la selva baja, en donde más madera se ha extraído, concretamente en Loreto (Balsapuerto, Cahuapanas, Andoas, entre otros), y la desnutrición crónica y la anemia perniciosa afectan a más de la mitad de los niños en familias cuyos ingresos promedian un sol al día...
El Gobierno la tiene bien difícil para convencer a los indígenas amazónicos de que la inversión petrolera, maderera y minera los va a beneficiar. Va a tener que mejorar su oferta, o cambiar su estrategia y las reglas de juego, porque los indígenas, por defender su modo de vida, sus bosques y su libertad, parecen estar dispuestos a todo. Ya pasó la época en que cambiaban a los blancos sus adornos de oro por cuentas de vidrio. Hoy los pueblos indígenas están muy bien informados, conocen lo que ha pasado en otros lugares, y han vislumbrado y desean un futuro diferente, mejor, en armonía con su ambiente, su cultura y su modo de vida tradicional, aunque con acceso a bienes y servicios modernos; es obvio que este futuro no es el mismo que sueña para ellos el Gobierno…
José Álvarez Alonso
Algunos oficialistas ven -con los gruesos lentes de quien no quiere realmente ver- maquinaciones políticas e ideologías extranjeras detrás de la protesta indígena que ha incendiado la Amazonía peruana por segunda vez en dos años. Catalogar y calificar (o descalificar) es un recurso habitual de quienes no entienden algo o no tienen la razón. Es obvio que esta protesta no es bien comprendida desde las altas oficinas del poder central, aislado de la Amazonía y sus problemas no sólo por la cadena de los Andes, sino por un abismo de etnocentrismo autosuficiente e ignorancia histórica, y por un océano de intereses, rebosante de millones de dólares en inversiones mineras, petroleras, palmaceiteras y madereras…
Los indígenas amazónicos del Perú no están luchando sólo contra unos decretos legislativos que consideran lesivos para sus intereses y su modo de vida. Están luchando, literalmente, por su vida, entendida en un sentido amplio: biológico, social, cultural, espiritual. Y la defensa de la vida está por encima de ideologías, partidos políticos y maquinaciones electorales; es, quizás, el instinto más fuerte y legítimo del ser humano. Nuestra Constitución Política, como prácticamente todas las constituciones modernas, consagra los derechos fundamentales de la persona humana, entre los que destacan el derecho a la vida, la salud, y a vivir en un ambiente equilibrado.
Los indígenas que han visto lo que pasó a sus hermanos “beneficiados” (más bien diríamos, “perjudiciados”) por las ventajas del desarrollo minero, petrolero y agroindustrial, no quieren más de esa medicina, bajo ningún maquillaje de dádivas paternalistas y planes de mitigación ambiental. Porque aunque con el “desarrollo” puedan acceder a algunos bienes y servicios occidentales, como luz eléctrica, televisión, edificios de material noble y otros, el costo es muy alto, en términos sociales y ambientales: en pocos años se destruyen estructuras sociales, costumbres y estrategias de convivencia con los que vivieron miles de años, y se degradan ecosistemas que son la base de su subsistencia.
¿De qué le sirve a un indígena ganar su platita en una compañía, si con ella sólo puede comprar enlatados, arroz y tallarines, porque sus cochas y sus bosques están vacíos? ¿De qué les sirve a los indígenas tener acceso a luz eléctrica, teléfono, televisión por satélite y agua potable, si terminan viendo a sus comunidades y familias destruidas por plagas sociales como el alcoholismo, la prostitución, los conflictos familiares y otras “modernidades” por el estilo, y pierden lo que más aprecian, su dignidad y su libertad?
Definitivamente, los indígenas amazónicos no entienden el desarrollo del mismo modo que el Gobierno; para los indígenas desarrollo no es sinónimo de ingresos y cifras macroeconómicas. “El desarrollo para los indígenas no es acumulación y competencia, es solidaridad, es igualdad, es reciprocidad”, decía en un reciente encuentro indígena Alberto Pizango, del Pueblo Shawi, Presidente de AIDESEP. “Preferiría estar pobre como antes, pero estar bien con mi marido”, se lamentaba recientemente una indígena Kukamilla que había perdido a su marido por culpa de la bonanza económica causada por el camu camu.
Algunos han calificado a los indígenas como “perros del hortelano”, porque supuestamente no quieren desarrollarse, no usan sus recursos ni quieren que otros los usen. Esto es totalmente falso, por supuesto, e indica una visión racista y etnocéntrica de la realidad sociocultural amazónica. “Queremos desarrollarnos sin perder nuestra identidad, sin alterar la naturaleza, sin entrar en conflicto con otros pueblos”, proclamaron en un reciente pronunciamiento (marzo del 2009) las Organizaciones Indígenas Secoya del Perú y Kiwchua del Alto Napo, las mismas que hoy bloquean este río, para escándalo de los entusiastas del “desarrollo.”
“Nosotros los Mai Huna queremos el desarrollo, claro que sí, queremos progresar, pero de a pocos, de abajo arriba, a nuestro modo, sin perder lo nuestro, lo que nos hacer ser Mai Hunas”, decía recientemente el dirigente Romero R. Ushiñahua, de la Federación Mai Huna del Napo. Un desarrollo armónico con su cosmovisión, con la libertad y el modo de vida que disfrutaron por milenios sus antepasados: “No quiero un día tenerle pena a mi hijo viéndole maltratado por los patrones o capataces en una compañía, prefiero que viva pobre como yo, pero libre”, me expresaba hace un tiempo un indígena del Huallaga central. “Los pueblos indígenas no quieren ser peones o súbditos”, según Alberto Pizango, presidente de AIDESEP.
“Yo quisiera ver a mi comunidad con un montón de mitayo, con abundante comida para toda la comunidad, celebrando nuestras fiestas con mucho masato, rodeado de un bosque con muchas caobas, cedros y lupunas. Me gustaría ver a los niños sanos y felices... También me gustaría que tuviéramos televisión, radio y algunas otras cosas de la sociedad moderna, pero sobre todo buena comida, educación y salud...”, es la visión del desarrollo de Segundo Arquímedes Karitimari, joven dirigente Kukamilla.
Los indígenas defienden con tanto ardor su territorio, sus bosques, sus ríos y sus cochas, porque éstos son su mayor riqueza, la garantía de un “desarrollo indígena”, de una vida plena a su estilo, a su modo, como tiene derecho todo ser humano y todo pueblo sobre la tierra. Porque bosques, ríos y cochas llenos de recursos son la garantía de una vida saludable, de abundancia, de armonía con el entorno natural en el que vivieron sus antepasados por milenios. Ese estilo de vida es el que ven amenazado por los infaustos decretos legislativos 1090, 1020, 1064, 1080, 1081 y 1089, y por las concesiones mineras, petroleras y madereras que ha otorgado el Estado sobre los territorios que consideran suyos, conforme al Convenio 169 de la OIT.
Cabría preguntarnos: luego de más de 30 años de explotación petrolera en el río Corrientes, y de decenas de miles de millones de dólares extraídos debajo de las tumbas de los antepasados del noble pueblo Jíbaro-Achuar, ¿han logrado beneficiarse y tener mejor alimentación, educación y salud? Todo lo contrario: en estos años han empeorado significativamente las variables más importantes que definen el “desarrollo humano”, especialmente salud y nutrición. Hoy, por citar un ejemplo, el 99% de los comuneros de esta cuenca exceden el límite máximo permisible de cadmio en la sangre, y el 68% superan el límite de tolerancia biológica, mientras que el 66% exceden el límite máximo permisible de plomo, y el 20% de ellos lo duplican y aún triplican. Más del 72% de los niños, y 75% de las mujeres padecen anemia perniciosa...
¿Creen que un indígena con sentido común pueda considerar “deseable” este desarrollo, por más que lo traten de convencer de que hoy la tecnología y las leyes de minería e hidrocarburos han mejorado mucho? ¿Es de extrañar que los indígenas del Alto Napo, del alto Marañón, del Alto Ucayali, se defiendan con tanta energía contra lo que consideran una grave amenaza para su modo de vida y su supervivencia?
Lo mismo se puede decir de la industria forestal: luego de más de medio siglo de explotación indiscriminada de las maderas en territorio amazónico, y de miles de millones de dólares de producción maderera ¿se han beneficiado realmente los pueblos indígenas? Hoy los distritos más pobres de Perú están en la selva baja, en donde más madera se ha extraído, concretamente en Loreto (Balsapuerto, Cahuapanas, Andoas, entre otros), y la desnutrición crónica y la anemia perniciosa afectan a más de la mitad de los niños en familias cuyos ingresos promedian un sol al día...
El Gobierno la tiene bien difícil para convencer a los indígenas amazónicos de que la inversión petrolera, maderera y minera los va a beneficiar. Va a tener que mejorar su oferta, o cambiar su estrategia y las reglas de juego, porque los indígenas, por defender su modo de vida, sus bosques y su libertad, parecen estar dispuestos a todo. Ya pasó la época en que cambiaban a los blancos sus adornos de oro por cuentas de vidrio. Hoy los pueblos indígenas están muy bien informados, conocen lo que ha pasado en otros lugares, y han vislumbrado y desean un futuro diferente, mejor, en armonía con su ambiente, su cultura y su modo de vida tradicional, aunque con acceso a bienes y servicios modernos; es obvio que este futuro no es el mismo que sueña para ellos el Gobierno…
Fuente: Enviado por Oswaldo Marquez
@ Fotografía: rutaquetzalbbva.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario