
La sociedad peruana tiene la palabra
Walter Herz Sáenz

Hay que tener un espíritu miserable para festejar triunfo alguno o hacer morbosos cálculos de posicionamiento político sobre los cadáveres yacientes de nuestros compatriotas. Nos importa muy poco, la verdad, si el señor García se encierra a llorar a mares el fracaso de sus sueños narcisistas dentro de su cuarto de espejos; o si el señor Romero y sus socios de la CONFIEP, cobardemente replegados durante todo este penoso conflicto, se ponen a escupir improperios ante la promesa incumplida de su arrogante socio en Palacio de Gobierno; o si algún presidente de otro país se frota las manos de insana satisfacción por la fatalidad que vivimos.
Nos importa, sí, que aquellos que urdieron esa criollada legislativa para ofrecer nuestro patrimonio natural y cultural como si fuera su hacienda, aprendan que los peruanos no estamos dispuestos a pagar de nuevo con nuestra sangre y desunión el precio de su ambición.
Nos debería importar, sobre todo, que seamos capaces de hacer del escarnio lección para repensar entre todos el Perú y aportar, desde donde estamos y podemos, para construir un país unido en su diversidad, fraterno en sus propósitos, próspero para todas y todos, donde la dignidad y el orgullo al tope por nuestra identidad sea la energía inagotable que nos lleve a ese mejor futuro que todos los peruanos nos merecemos.
Nos debería importar, sobre todo, que seamos capaces de hacer del escarnio lección para repensar entre todos el Perú y aportar, desde donde estamos y podemos, para construir un país unido en su diversidad, fraterno en sus propósitos, próspero para todas y todos, donde la dignidad y el orgullo al tope por nuestra identidad sea la energía inagotable que nos lleve a ese mejor futuro que todos los peruanos nos merecemos.
Nos debe importar, con urgencia, que los partidos o movimientos políticos que aspiran a representarnos y a conducir nuestro Estado, se nutran de ese sentir ciudadano que alzó su voz y dejó su histórica huella en estos meses para solidarizarse con la causa de los pueblos indígenas, pero además para reivindicar el valor supremo del respeto entre todos y para todos como condición indispensable para la viabilidad económica y social del país.
Sigamos caminando en esta misma dirección, no nos detengamos. De lo contrario,
el culpable no será ya el gobierno de turno o los excluyentes bloques políticos hoy y mañana en pugna por el poder, sino nosotros mismos. El reto es de cada
uno, el reto es de toda la sociedad, el reto es nuestro.
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